Publicado: 29 de Junio de 2017

Nuestros recursos son finitos. Nuestra energía no es inagotable, de la misma manera en que no lo es nuestro tiempo y nuestra atención. Eso significa que debemos ser más cuidadosos cuando decidimos dónde los invertiremos.


Desgraciadamente, a menudo no somos plenamente conscientes de que nuestros recursos emocionales y cognitivos no son inagotables, por lo que terminamos desperdiciándolos, ya sea involucrándonos en tareas que no valen la pena o relacionándonos con personas que no los valoran.


No te esfuerces por alguien que no valora lo que haces


La compasión y la capacidad para ayudar a los demás son características que nos enaltecen y nos permiten crecer como personas. Sin embargo, todo tiene un límite, pasado el cual podrías comenzar a hacerte daño sin darte cuenta y sin que la otra persona siquiera lo valore.


¿Cómo saber cuándo estás esforzándote inútilmente?


- Cuando te esfuerzas más por la otra persona que ella misma.


- Cuando tu nivel de compromiso es mayor que el de la persona que intentas ayudar.


- Cuando arriesgas mucho por ayudar a alguien pero esa persona no arriesga prácticamente nada por sí misma.


- Cuando te estás desgastando demasiado en el camino pero esa otra persona no está dispuesta a invertir esa misma cantidad de energía.


- Cuando esa persona no valora tu tiempo, esfuerzo y dedicación.


- Cuando esa persona no estaría dispuesta a hacer lo mismo por ti.


En estos casos, sería conveniente que te preguntes si realmente vale la pena emplear tanta energía, tiempo y esfuerzo en plantar flores que nadie regará, puesto que a esa persona que estás ayudando no le interesa realmente.


Recuerda que hay situaciones en las cuales, la mejor manera de ayudar consiste en no ayudar. Si tu intervención adquiere tintes sobreprotectores, puede impedir que esa otra persona crezca y aprenda la lección. Después de todo, no se madura con los años sino con los daños



Un equilibrio insano donde uno se desgasta y el otro no se compromete


En muchas relaciones interpersonales, ya sea en la pareja, entre padres e hijos o entre amigos, se establece un equilibrio malsano en el que uno siempre actúa como tabla de salvación mientras el otro se limita a aferrarse.


De esta forma, la persona que asume el rol de “salvador” termina desgastándose, sin recibir prácticamente nada a cambio. Y la persona que siempre es “salvada” no logra crecer porque se encuentra demasiado cómoda con su rol.


En práctica, es como si tuvieras que plantar flores continuamente porque como la otra persona no asume su parte de la responsabilidad y no las riega, estas siempre terminan secándose. Obviamente, es un comportamiento insano que nadie repetiría, pero en las relaciones interpersonales, sobre todo cuando están involucrados los sentimientos, no siempre es fácil percatarse de que estamos sembrando flores en terreno baldío.


Esto no significa que debas abandonar a esa persona a su suerte, pero sin duda es señal de que vas por mal camino. Quizá esa persona es demasiado egoísta como para reconocer tu apoyo, quizá no está preparada para asumir la responsabilidad y el compromiso que demanda la situación o quizá simplemente no se ha dado cuenta del esfuerzo que estás haciendo por ayudarle.


De hecho, el principal problema de este equilibrio insano es que tú das, te comprometes y te responsabilizas mucho más que la otra persona para resolver un problema que no es tuyo. 


Todos necesitamos y merecemos ser amados, reconocidos y apoyados


No se trata de un quid pro quo. Pero todos necesitamos saber que contamos con personas que nos quieren, apoyan y reconocen nuestro esfuerzo. Si damos continuamente, sin recibir nada a cambio, no debemos asombrarnos si un día miramos dentro de nosotros y percibimos un enorme vacío emocional.


Por eso, si bien no se trata de ayudar solo a quien nos puede devolver el favor, es importante que empleemos nuestro tiempo y energía en esas personas que realmente reconocen nuestro esfuerzo y, sobre todo, que están dispuestas a comprometerse y responsabilizarse, no con nosotros sino con ellas mismas, con su proceso de mejora y cambio.


¿Cuál es la solución? Simplemente no debes plantar, sino ayudar a plantar, dejando claro desde el inicio que estás dispuesto a ayudar pero que la responsabilidad última no es tuya y, por ende, esperas el mismo nivel de compromiso y esfuerzo por la otra parte.