Publicado: 11 de Diciembre de 2022

Somos acumuladores natos. Acumulamos cosas. Experiencias. Sentimientos. Creencias. Hábitos. Y, por supuesto, relaciones. Criados en la cultura del más, concebimos la vida como una suma incesante. Restar no se nos da bien. Como resultado, no es difícil que terminemos cargando un pesado equipaje emocional o que arrastremos relaciones caducas.


Y es que muchas veces se requiere más coraje para dejar ir a una persona con quien hemos compartido sueños y desesperanzas que para retenerla. Suele ser más fácil aferrar que soltar, porque muchas veces poner punto final a esas relaciones es como desprenderse de una parte de uno mismo, de una sensación compartida que quizá no volveremos a experimentar. Sin embargo, a veces para avanzar hay que aceptar que ciertas relaciones han perdido su razón de ser.


Las relaciones que no se actualizan, terminan languideciendo


No hay nada permanente, mucho menos las relaciones. Sin embargo, como las despedidas nos cuestan, a menudo constatar que una relación ha caducado se convierte en una fuente de sufrimiento.


Sin embargo, las relaciones pueden enfriarse por una infinidad de razones, desde dejar de compartir valores, intereses, aspiraciones y proyectos, hasta la aparición de conflictos o simplemente porque cada persona toma un rumbo diferente en la vida.


Lo cierto es que, si miramos atrás, constataremos que muy pocas personas mantienen la misma posición de confianza y complicidad. Aunque resulte doloroso, es un fenómeno normal. La vida cambia y nosotros cambiamos con la vida. Experiencias distintas y diferentes maneras de afrontarlas pueden llevarnos por caminos que se bifurcan.


Cambiamos con los años y los daños. No somos la misma persona que hace una década – y el otro tampoco. Si no actualizamos nuestras expectativas y las formas de relacionarnos, es probable que la relación termine cayendo por su propio peso, como una hoja marchita en otoño.


Cuando eso ocurre, cuando se pierde la conexión que nos unía, aferrarse a la relación puede terminar causando más daño que bien. Para evitar que algo que fue bonito degenere, debemos aprender a cerrar los círculos de la vida.


Dejar ir relaciones que no funcionan también es una muestra de amor y respeto


Ni siquiera el paso de los años nos vuelve inmunes a las despedidas, sobre todo cuando intuimos que no hay marcha atrás o esa persona ha ocupado un papel relevante en nuestra vida.


De hecho, a veces no nos aferramos a la persona, sino a la sensación de conexión que habíamos experimentado, ese vínculo especial que habíamos creado y todos los significados que encierra en nuestra mente. El filósofo Matthew Ratcliffe se refiere a ese fenómeno como el “espacio relacional compartido”.


En práctica, toda relación arrastra un equipaje emocional compuesto por experiencias compartidas y sentimientos gratificantes, desde la seguridad y la confianza que experimentamos con alguien hasta la alegría o la espontaneidad. Muchas veces nos resulta difícil separarnos de ese espacio relacional, de manera que comenzamos a experimentar “una tensión continua entre dos mundos, un pasado que uno continúa habitando y un presente que está vacío de significado y parece curiosamente distante”, como explicó Ratcliffe.


Sin embargo, dejar ir a tiempo evitará que los conflictos se agraven y las diferencias emponzoñen la relación. Cuando eso ocurre, cuando nos aferramos durante demasiado tiempo a una relación caduca, los buenos recuerdos se convierten en reproches. La alegría compartida transmuta en amarga desilusión.


Por esa razón, dejar ir las relaciones caducas no solo es una muestra de amor hacia uno mismo, sino también de respeto hacia el otro y lo que hemos vivido. Cambiamos y nuestras relaciones se transforman – sí o sí. No es culpa de nadie. Solo hay que aceptar que, aunque duela, hay que poner punto final a algo que ya no tiene futuro.


Los recuerdos pueden ser preciosos, mientras se queden en el pasado y no vivamos de ellos. Mientras no nos obliguen a mantener unas costumbres con las que ya no nos identificamos o mientras no nos condenen a vivir en una reciprocidad indeseada que genera más insatisfacción que alegría.


Lo ideal es dejar ir las relaciones en el momento adecuado. Ese instante en el que nos damos cuenta de que no podemos seguir aportándonos nada mejor. No podemos seguir creciendo el uno al lado del otro. No somos mejores personas juntos, sino peores. Ese instante en el que nos damos cuenta que la relación ha perdido su sentido y no tiene perspectiva de mejora, por mucho que luchemos. Dejarla ir en ese instante nos ahorrará muchos sinsabores y preservará un precioso recuerdo, evitando que ese valioso “espacio relacional compartido” se contamine del todo.


Jennifer Delgado Suárez

Enlace: https://rinconpsicologia.com/dejar-ir-relaciones-caducas-que-no-funcionan/

Imagen: Adobe Express