Publicado: 18 de Enero de 2016

A raíz del artículo  que escribí sobre cómo está aumentando el número de sitios donde discriminan a los niños y les prohíben la entrada, recibí muchos comentarios de lectores que justificaban, a veces con demasiada virulencia, estas sanciones. Los argumentos solían acabar todos llegando a la misma conclusión, queremos a los niños lejos de nosotros, expulsados, fuera de nuestras vidas, nos molestan.

Profunda es la brecha que existe en esta sociedad si tantas son las personas que desean eliminar de sus vidas todo contacto con niñ@s y si tantos adultos desconocen la realidad de la infancia habiendo, incluso, olvidado las suyas.

Tal vez, haya llegado el momento de recordar que los niños son pequeños, que sus ritmos son diferentes, que ellos se pasan el día, porque lo necesitan para crecer y madurar, explorando, trepando, hablando, bailando, moviéndose, preguntando.

Tal vez, haya llegado el momento de recordar que los niños también sufren, se enfadan, se sienten frustrados, tristes, felices, cansados, abrumados, hambrientos, enfermos y que están en el camino de aprender a canalizar todos estos sentimientos, pero que esto no es fácil y lleva tiempo lograrlo.

Tal vez, haya llegado el momento de recordar que los niños no pueden, ni deben, pasarse horas sentados delante de una mesa, que no todos los niños son capaces de ingerir tanta comida como los adultos, que a veces gritan o lloran, porque aún no tienen otros recursos, para descargar su ira, su frustración, para mostrar su desaprobación.

Tal vez, haya llegado el momento de recordar que los niños forman también parte de nuestra sociedad y que son tan necesarios en ella como adultos, adolescentes, ancianos, personas de mediana edad, jóvenes, etc.

Por supuesto, estoy de acuerdo en que como padres, tenemos que asumir nuestra responsabilidad y criar a nuestros hijos en el respeto hacia sí mismos y hacia las demás personas. Pero, aprendemos a respetar si los demás nos muestran lo que verdaderamente significa respetar, comprender, empatizar. El ejemplo, también de los desconocidos de la cola, del autobús, de la mesa de al lado, es fundamental en ese aprendizaje.

Pero, ¿Cómo van a socializar los niños si se les expulsa de la sociedad? ¿Cómo van a aprender a comportarse si no le damos ejemplo? ¿Cómo van a aprender a empatizar con otras personas si son juzgados, criticados con virulencia e incomprensión, reprendidos, acusados, prohibidos?

Seamos flexibles, comprendamos que los niños también pasan por malos momentos, que son pequeños. Mostrémosles nuestro ejemplo. Si nos enfadamos, no gritemos, hablemos desde la serenidad. Si nos sentimos a disgusto, comentémoslo, no intentemos prohibir la entrada de otras personas a espacios públicos. Si vemos a una madre, a un padre agobiados, superados por la situación, no les juzguemos o critiquemos, brindémosles nuestra ayuda, nuestro apoyo, digámosles ¿te puedo echar una mano? ¿te puedo ayudar en algo?

Todos necesitamos ayuda en un momento u otro de nuestras vidas. De bebés, de niños, de adolescentes, la necesitamos, también de adultos y de ancianos. ¿Por qué no ayudar en vez de prohibir, enfadarnos, criticar o juzgar?

Tenemos que encontrar la forma equilibrada para sentirnos bien juntos, compartiendo espacio, ocio, acompañándonos desde la empatía, la comprensión y el cariño, enriqueciéndonos con nuestra mutua compañía, comprendiendo la responsabilidad que Todos tenemos hacia Todos.

Texto: Elena Mayorga