Publicado: 31 de Mayo de 2021

Las mujeres doblan a los hombres en el consumo de psicofármacos en España. Los motivos tienen que ver, según los expertos, con que son más proclives al diagnóstico de depresión, ansiedad o insomnio, afecciones relacionadas con las fluctuaciones hormonales o la mayor carga social y que se traducen en una mayor prescripción de estas sustancias. Esta realidad se ha visto potenciada los meses de confinamiento, durante los cuáles el porcentaje de mujeres que aumentó su consumo también duplica al masculino: 15,4 % frente a 7,6%, tal y como sostiene el estudio Las consecuencias psicológicas de la COVID-19 de la Universidad del País Vasco. Mientras que otras sustancias adictivas como el alcohol, el tabaco o el cannabis vieron cómo la reclusión forzada, la limitación del contacto social y el cierre de la hostelería hacían decaer su consumo, los hipnosedantes y ansiolíticos hicieron que un alarmante número de españoles, sobre todo mujeres, vivieran esa etapa literalmente dopados.


Tanto es así que la Encuesta del Observatorio Español de Drogas y Adicciones alertaba el pasado marzo sobre la creciente prevalencia de los hipnosedantes y ansiolíticos. Un 2,5% de la población había empezado a consumir benzodiacepinas sin receta y el 5,7 % lo había hecho además mezclándolo con alcohol. “Es curioso que nos preocupemos tanto por las vacunas, que presentan una menor incidencia de efectos secundarios, y, sin embargo, haya personas que utilizan estos medicamentos sin receta. Es obvio que tenemos un problema en España con el uso de benzodiacepinas y otros tranquilizantes”, explica a S Moda Lucía Hipólito, una de las responsables del estudio –financiado por el Plan Nacional sobre Drogas– y docente del Departamento de Farmacia en la Universidad de Valencia.


Beatriz, de 28 años, fue una de ellas. Comenzó a consumir benzodiacepinas en octubre, tratando de paliar los ataques de ansiedad que había experimentado desde pocos días después del inicio de la cuarentena. A través de un correo electrónico, enumera los motivos que la llevaron a ponerse en manos de su médico de cabecera: “No podía concentrarme en nada, no podía descansar y no era feliz. Soy incapaz de explicar con exactitud cuáles fueron las causas, pero me entraron dudas sobre todo lo que había en mi vida: trabajo, relación, amigos, familia. Me agobiaba pensar que estaba desaprovechando mi vida, tenía pánico de meterme en la cama e intentar dormir… Sentía una impotencia tremenda”. La llamada al médico de cabecera, que la joven recuerda con detalle, no duró más de cinco minutos.


–“¿Qué te ocurre?”.


–“Que no me encuentro bien. Tengo ansiedad, el corazón me va a mil, estoy triste, lloro a menudo y mi cabeza tiene pensamientos que no puedo controlar”.


–“Vale, te voy a recetar tres Lexatines cada 8 horas y un Lorazepam para dormir. Tómate esto durante tres meses y si ves que vas a peor o sigues igual, lo prolongamos. Buenos días”, contestó el doctor para dar por finalizada la consulta. El cóctel farmacológico fruto de la conversación resulta más asequible que tomarse un tercio de cerveza en cualquier bar.


La crisis sanitaria derivada de la pandemia del coronavirus ha multiplicado el consumo de los ansiolíticos y antidepresivos en nuestro país, que crece imparable desde 2012 afectando a una de cada diez personas que, según los informes del Ministerio de Sanidad, los toma a diario. Unos datos que convierten a España en el segundo país de mayor consumo de la OCDE –tras Portugal–, aunque la Fiscalía Antidroga, que registra también la adquisición ilegal sin receta, nos sitúa como la primera potencia mundial. Y el perfil de su consumidor medio, que antes solía responder a mujeres de edad avanzada, se rejuvenece cada día a causa de su alarmante accesibilidad, una presión asistencial que potencia la prescripción y dificulta su control, la banalización de su consumo a nivel mediático y la tendencia cada vez más extendida de lo que los especialistas denominan como “medicalizar el malestar”. «En todas las drogas gana el varón a las mujer en cuanto a consumo, pero en el caso de las benzodiacepinas, como tienen que ver con la ansiedad o el insomnio, la relación es 2 a 1 siendo las mujeres sus mayores consumidoras», incide el doctor Antonio Cano-Vindel, catedrático de Psicología de la Complutense y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés.


“La ruptura del sistema sanitario que ha supuesto la pandemia también provocó un cierto descontrol sobre su administración de forma legal”, confirma la doctora Lourdes Azorín Ortega, de Proyecto Hombre Madrid, que trata así de explicar la disonancia entre el consumo recetado y el real. “En nuestra clínica ha aumentado el número de peticiones de información de usuarios de benzodiacepinas, y sigue ocurriendo. La vía de entrada habitual es una prescripción médica debido a un problema muscular o ansiosodepresivo que acaba derivando en una adicción al fármaco”, expone a esta revista, Javier Porto, director terapéutico de las clínicas CCAdicciones, que ratifica la existencia de un mercado ilegal de estas sustancias. Los adictos experimentan una especie de depresión cronificada: sufren somnolencia, enlentecimiento, malestar y apatía. Pierden sus habilidades motoras y de coordinación, la memoria y sus procesos cognitivos se ven afectados. Hasta situaciones a priori tan inanes como bajar una escalera o cruzar la calle en plena sobredosis pueden resultar fatales: el 30% de los peatones fallecidos en accidentes de tráfico en 2019 dieron positivo en psicofármacos, tal y como afirma el Instituto Nacional de Toxicología.


Beatriz, más conocida por cientos de miles de oyentes del programa de radio La vida moderna como Bea Polo, en el que ejerce de realizadora, vivió en sus carnes esta sintomatología. “Las pastillas me dejaban KO, como si fuera una planta. Recuerdo estar camino del metro para ir al trabajo y saber que estaba andando solo porque llevo ocho años haciendo el mismo trayecto. Noté un mareo increíble, empecé a agobiarme y, a las ocho de la mañana, tuve que llamar a una amiga para que intentara calmarme porque no sabía ni dónde estaba. Ese día decidí dejar las pastillas y ponerme en manos de una psicóloga”.


Los expertos coinciden en que las benzodiacepinas son sustancias especialmente difíciles de abordar por estar prescritas por facultativos –las conocidas como ‘drogas de bata blanca’– para tratar problemas reales, más allá de la falta de conciencia y la frivolización mediática que se hace de su uso. Como apunta Lucía Hipólito, es imprescindible romper con la cultura del consejo de tratamientos entre parientes, amigos o vecinos porque, entre otros muchos problemas, “su sintomatología o patología necesitará de seguimiento y probablemente de otras intervenciones terapéuticas además de las farmacológicas”. “Se habla muy fácil de ellas”, admite Porto. “El otro día, viendo un programa de televisión para todos los públicos y en prime time, el entrevistado hablaba de tomarse un Lexatin sin ninguna importancia. La banalidad era tal que me quedé impactado”. En internet se pueden encontrar artículos que sugieren cuáles son las mejores películas para ver “puesto de benzos” e incluso el Washington Post bautizó el término “pill-pop (pop de pastillas)” para reseñar la influencia de estos fármacos en el estilo de las nuevas estrellas de la música generalista: desde Drake a Lana Del Rey, pasando por The Weeknd o el dj Kygo.


Para el doctor Cano-Vindel, la razón principal del consumo imparable de estos fármacos es haberlos convertido en el método prioritario para manejar nuestras emociones y resolver los problemas de ansiedad o depresión. “En España contamos con seis psicólogos en atención primaria por cada 100.000 habitantes y en algunas comunidades, como Madrid, con menos incluso. La media europea está en 18, hasta tres veces más. El psicólogo nos puede enseñar a manejar el estrés, la ansiedad, a dormir mejor, con técnicas basadas en el aprendizaje y en la información”. El proyecto PsicAP (acrónimo de Psicología en Atención Primaria), que él mismo dirige, ha demostrado que con apenas siete sesiones de entrenamiento psicológico se puede multiplicar por tres la eficacia de estos fármacos a la hora de tratar los problemas de ansiedad y depresión. “Se puede hacer en grupo y resulta muy económico: unos 28 euros de media por paciente. Ese debería ser el futuro, en lugar de seguir aumentando el consumo”.


Con un horizonte cuando menos incierto teniendo en cuenta que la crisis sanitaria no ha permitido todavía hacer una correcta valoración de los estragos en la salud mental que dejará la pandemia, se antoja fundamental que políticos como Íñigo Errejón hayan decidido llevar al Congreso esta problemática. “Si yo le digo: Diazepam, Valium, Lorazepam, Trankimazin o Lexatin, ¿por qué todos aquí sabemos de lo que estoy hablando? ¿En qué momento hemos normalizado que para que nuestra sociedad funcione tenemos que vivir medicados?”, defendió el portavoz de Más País para exigir al Gobierno una mejor política para la atención psicológica. Un discurso que se convirtió en viral cuando un diputado del Partido Popular, Carmelo Romero, le espetó a Errejón que “se fuera al médico”, improperio por el que se disculpó después ante la marea de indignación originada.


“Cuando escuché sus palabras me hicieron pensar en mi época del instituto, cuando se metían conmigo porque no tenían otra cosa mejor que hacer. Al acabar esa etapa me prometí que contestaría a todos esos ‘matones de instituto’ que me volviese a encontrar en la vida”, reflexiona Polo, que decidió a raíz del episodio publicar un hilo en Twitter confesando su historia de dependencia y que contó con más de 23 mil ‘Me Gustas’. La joven se enorgullece de que los formatos radiofónicos en los que trabaja se normalice la salud mental. “Ignatius, por ejemplo, vino un día a La vida moderna con una camiseta que ponía “Ir al psiquiatra es sexy”; en cada programa de Estirando el chicle se habla de la importancia de sentirse bien con una misma; y todas conocemos las secciones de Henar Álvarez en Buenismo bien… Estos programas los ven y los escuchan miles de personas y es importante el mensaje que se lanza porque a la gente les llega y les marca. No hay que tener miedo a decir que estás mal cuando estás mal, hay que saber que pedir ayuda no te hace más débil, sino todo lo contrario”, concluye.


Carlos Megía

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