Publicado: 14 de Mayo de 2021

La conversación es la expresión máxima de interacción entre los seres humanos. Más allá del lenguaje gestual y no verbal, mediante las palabras expresamos implícita o explícitamente lo que somos y sentimos. Lo que transmitimos y el tono informa al otro de nuestros gustos, defectos y virtudes, así como de lo que puede esperar de nosotros.


Le ofrece además la posibilidad de fantasear con la imagen que mostramos. A su vez, el otro nos dará a conocer aspectos de sí mismo mediante sus palabras y la forma de utilizarlas. Será un espejo que nos permitirá darnos cuenta de si contamos con su aprecio o su menosprecio, con la aceptación o el rechazo.


Friedemann Schulz von Thun, psicólogo y reputado teórico de la comunicación personal, alcanzó gran popularidad en Alemania a raíz de la publicación en 1981 de su libro El arte de conversar.


En él explica que para mantener una buena comunicación hace falta algo más que mostrarse al otro de una manera amable y ofreciendo "un buen envoltorio". A través de su experiencia en talleres de metacomunicación (en que se estudian los factores que influyen y modelan la comunicación), Schulz pudo observar cómo la claridad y la coherencia en la conversación son la base de una comunicación de calidad.


En este caso por coherencia se entiende que nuestra manera de comunicarnos debe coincidir con nuestro estado de ánimo, objetivos, valores y el sentido de nuestra existencia, pero también con el estado de ánimo del otro y con la "verdad de la situación", es decir, con lo que flota en el aire.


Por ejemplo, una cosa es que nos una un interés común con la otra persona y otra muy distinta que estemos en situación de competencia o exista algún conflicto entre nosotros que no se ha expresado. Si se da la segunda opción no podremos conversar de manera relajada. Habrá entonces que tomar conciencia de eso y pulir ciertos aspectos de nuestra personalidad de cara a mejorar la relación.


Los cuatro aspectos de la comunicación


Analizar nuestra forma de comunicarnos y de relacionarnos no es fácil, porque durante la conversación nos expresamos en diferentes niveles, tanto con lo que decimos como con lo que omitimos. Schulz enseña a distinguir estos niveles mediante el llamado cuadrado de la comunicación.


En el lado superior del cuadrado se recoge el contenido objetivo de la información; en el lado inferior, el tipo de relación con el interlocutor; en el lado izquierdo, la forma en que se muestra o se implica el emisor; y en el lado derecho, la intención o el objetivo que el emisor busca con sus palabras.


Por ejemplo, una pareja está en su coche detenida ante un semáforo en rojo y conduce la mujer. En un momento dado, el marido le dice: –¡Oye, que está verde! La información objetiva (lado superior del cuadrado) es un dato acerca del tráfico. Pero el tipo de relación que refleja esa frase (lado inferior) podría ser: "Controlo tus distracciones". La forma en que se muestra el marido (lado izquierdo) es la de alguien que en ese momento prioriza la fluidez del tráfico.


Y su intención (lado derecho) podría resumirse en una palabra: "Arranca". No es extraño, pues, que ante tantas informaciones subliminales el semáforo pase a un plano secundario y la mujer responda: –¿Conduces tú o conduzco yo? La mujer ha recibido el mensaje sobre el tráfico, pero también sobre la posición en que se sitúa el marido respecto a ella. Para esos otros aspectos el receptor tiene un oído especialmente sensible, ya que es ahí donde se siente bien o mal tratado como persona, sea porque su marido tiene prisa o porque tal vez no confía lo suficiente en ella al volante y siente la necesidad de manipular o intervenir.


El mensaje que emitimos a los demás


Situaciones como la descrita se dan muy a menudo en nuestra vida: en el trabajo, en familia, con los amigos, en la ciudad, en el vecindario... Ser conscientes de los cuatro aspectos del mensaje nos ayuda a captar mejor lo que sucede en nuestro interior y en nuestra relación con los demás.


Pero exige ver qué está ocurriendo aquí y ahora en mi interior, cómo percibo al otro y qué está pasando entre los dos. Y, sobre todo, permite dejar atrás de las distorsiones que tan a menudo tienen lugar durante las conversaciones. Si analizamos nuestras conversaciones desde el punto de vista del emisor es fácil observar que existe en mayor o menor medida un recelo a mostrarse por temor a ser juzgado.


Muchas personas tienen miedo a hablar de sí mismas y esconden o modelan partes de su yo porque el miedo a los jueces o a los rivales no es una fantasía, sino una realidad experimentada desde la escuela.


En el colegio el niño comienza a estar dirigido e influenciado por figuras de autoridad social, como maestros (jueces) y compañeros de clase (rivales). Empieza a ver que debe reprimir ciertas partes de sí mismo menos deseables socialmente y competir para poder llegar a ser alguien en la vida.


Como decía el sociólogo alemán Dieter Duhm: "La polaridad entre poder y no poder se convierte en el criterio de valoración principal en casi todas las cuestiones de la vida, que se plantea como una sucesión de pruebas temibles. Así es como el principio de rendimiento y competencia ahonda la brecha entre los seres humanos, los enfrenta entre sí, dejando un poso de envidia y resentimiento hasta en las mejores relaciones".


Los 8 pasos para comunicarse bien


Hablar con amabilidad, de modo que nuestro lenguaje corporal y verbal estén volcados en querer comunicar y en atender al otro.

Sonreír, mantener una postura relajada y a la vez abierta que indique a la otra persona que nos sentimos cómodos y contentos de compartir ese momento con ella. la escucha activa implica estar entregados a lo que el otro cuenra, favoreciendo la expresión de sus sentimientos, interesándose por su vida e intentando entenderle.

Respetar el turno de palabra es básico. Nada hay más desagradable en una conversación que un receptor con ganas de que el emisor acabe para hablar él, como si solo se escuchase a sí mismo.

Actuar sin prejuicios respecto al otro, buscando un trato de igual a igual. Que una persona sea muy inteligente y haya logrado una buena posición no significa que sea superior a nosotros. Lo mismo ocurre si se mira a la inversa.

Hablar de temas que apetezcan a ambas partes y que aporten riqueza personal, huyendo del cotilleo sobre terceras personas.

No ostentar. Darse importancia suele surtir el efecto contrario: se trasluce un complejo de inferioridad disfrazado de presunción. Es mejor mostrarse con sencillez, sin hacer ostentación de nada.

No establecer como válidas fantasías sobre la otra persona. Nadie conoce tan profundamente a alguien como para juzgarlo.

Si surge algún conflicto durante la charla y alguno de los comunicadores se siente maltratado, quizá se puede convertir en el objeto de la conversación el tipo de trato que se conceden ambas partes.

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Camuflaje emocional


Cuanto mayor sea el sentimiento de inferioridad –normalmente relacionado con una infancia falta de amor y abundante en exigencias, o bien sobreprotegida–, más preocupada estará la persona por compensar ese sentimiento y por revalorizarse a sí misma.


Así, puede que alguien se descubra haciendo ostentación innecesaria de algo para darse importancia, colando sin venir a cuento en la charla su "viaje a la India" o que "en casa tenemos piscina", por ejemplo.


Otras veces el temor de alguien a hablar es tan grande que suele permanecer callado en las tertulias por aquello de que "callar es de sabios" y no hablando no se expone a quedar mal. También hay quien se esconde detrás de una fachada, diciendo cosas que no siente o tratando de ser simpático y amable siempre, incluso en momentos de sufrimiento, haciendo ver que no le ocurre nada, pese a que bloquear los sentimientos puede conducir a que se desborden.


De la misma manera, hay personas que utilizan la aflicción y el sentimiento de inferioridad como protección para que no se espere nada de ellas.


Trabajar la autoimagen


Fijarse en qué emitimos a los demás y qué finalidad tiene –informar, quedar bien, que nos acepten, lucirnos, sacar un provecho...– ofrece la posibilidad de descubrir partes de nosotros que solemos rechazar.


También permite enfrentarse a lo que nos molesta, aprender a expresar nuestros sentimientos y darnos cuenta de que tenemos que asumir la responsabilidad de cómo vivir nuestra vida, ya que básicamente aquello que damos y proyectamos es lo que acabamos recibiendo.


En ciertos casos tal vez sea preciso recurrir a ayuda psicológica, o bien realizar algún curso o taller que potencie la conciencia de uno mismo y la autoestima. Esas experiencias ayudan a ser más auténtico y selectivo en la comunicación, a ser consciente de lo que se piensa y se siente, y a escoger lo que se dice y se hace, sin emitir juicios.


Otro aspecto importante es utilizar un lenguaje sencillo y un discurso bien estructurado y breve que resulte congruente. Las palabras raras y los mensajes largos y enrevesados suelen usarse para aparentar un mayor estatus intelectual o un mayor dominio sobre un tema –el oyente se queda con la sensación de no haber entendido nada, pero con la idea de que quien habla es muy listo.


El nivel de la relación


En la conversación, ¿cómo nos observamos desde el punto de vista relacional? ¿Sentimos que se nos valora o que se nos menosprecia? ¿Que se nos orienta y tutela o que somos libres para decidir? La respuesta dependerá de cada ámbito.


En la escuela y posteriormente en el lugar de trabajo puede que una persona se sienta valorada por el maestro o el jefe y reciba un trato de igual a igual. Eso demuestra que se confía y se cuenta con ella. Pero también puede ocurrir lo contrario: que se la trate con menosprecio o inferioridad –exponiéndola ante los demás y avergonzándola–, o bien que se la intente dirigir en exceso.


Un ejemplo de eso último es el adolescente que se rebela como protesta ante la sobreprotección y falta de confianza de sus padres.


El análisis transaccional, enfoque psicológico elaborado por el psiquiatra americano Eric Berne hace ya medio siglo, parte de la idea de que en cada ser humano hay tres facetas de la personalidad que pueden tomar la palabra como diferentes estados del yo: el padre, el hijo y el adulto.


Cuando se manifiesta el padre una persona actúa de forma paternalista, tanto para proteger y ayudar como para criticar, dar órdenes y prohibiciones o juzgar. El hijo aparece cuando se adopta un papel sumiso, obediente, juguetón, espontáneo o rebelde, independientemente de la edad que se tenga. Mientras que el adulto sopesa la situación, considera las posibles aportaciones del padre y del hijo y elige la respuesta más adecuada.


Cuando se manifiesta ante todo el yo-adulto somos más analíticos y objetivos, damos sensación de sensatez y facilitamos que el adulto del otro se exprese a su vez.


Entrar en sintonía


Podemos observar cómo nos relacionamos a través de nuestras conversaciones. ¿Recibimos por lo general un buen trato por parte de las personas que nos rodean o, por el contrario, nos sentimos como el saco de los golpes?


Descubrir qué figuras interpretamos más a menudo en nuestro entorno relacional (padre, hijo o adulto) sirve de punto de partida para hacerse respetar, dado que una persona suele propasarse con otra en la medida en que esta se lo permite.


Y también es útil para actuar con más humanidad, si nos damos cuenta de que debemos dirigirnos a los demás con una actitud más tolerante y compasiva.


No es fácil ser íntegro y auténtico en una sociedad que fomenta la rivalidad y la competitividad frente a la colaboración y el sentido humanitario –prioridades de un mundo pensado para la evolución humana–. Pero atender a la comunicación ofrece una vía para ser más ecuánime.


Eso requiere aceptar nuestras zonas sombrías, relajar nuestro ideal de perfección –que hace que cualquier error o defecto nos parezcan una vergüenza insoportable– y no perder nunca el respeto por el otro. Quizá de esta manera pueda surgir la sintonía, que Schulz von Thun define como "la armonía que aparece en la conversación cuando mi comunicación y forma de actuar se corresponde con el propósito de mi existencia, por lo general dando más importancia a expresarme que a influir en el otro".


La comunicación humana debería consistir en conversar de corazón a corazón pensando en el bien de la otra persona, sin fantasías ni interpretaciones sobre su realidad, y permitiéndome mostrarme tal como soy.


El poder transformador de la bondad


Este ejercicio permite reconocer la bondad que hay dentro de nosotros y de los demás, compartirla y confiar en el poder transformador interior.


Nos concentramos durante dos minutos en la respiración para descansar la mente y nos conectamos con nuestro amor, compasión, altruismo y alegría interiores.

Podemos visualizar el bien que irradia nuestro cuerpo como una tenue luz blanca. Hacemos una pausa breve y al inhalar absorbemos toda la bondad con el corazón; usamos el corazón para multiplicarla por diez y, al exhalar, la compartimos con las personas que conocemos y con el mundo entero.

Si se desea, se puede visualizar esta abundancia de bondad como una brillante luz blanca que emana de nosotros al respirar.


Gema Salgado

Enlace: https://www.cuerpomente.com/salud-natural/aprender-conversar-bien_6454

Imagen: Adobe Spark Post