Publicado: 3 de Febrero de 2023

El proceso de madurar tiene dos fases: en la primera se nos ofrecen posibilidades, se nos permite asumir riesgos, hasta que nos convertimos en personas independientes. En la segunda somos nosotros los que hemos de compartir las tomas de decisiones, los que hemos de confiar en que los que nos siguen lo harán tan bien como nosotros. A este segundo proceso se le llama delegar responsabilidades.


Esta parece ser la parte más difícil de madurar. Porque hay personas que temen pasar el testigo, o que intentan retrasar el momento, o que lo ceden solo a medias. Parece que han olvidado su juventud, cómo vivieron los deseos de crecer y con cuánta fuerza pidieron que se confiara en ellos.


¿Por qué es tan difícil delegar?


La respuestas varían, pero hay tres elementos que se repiten: el miedo al sentimiento de fracaso, el deseo exagerado de control y la falta de confianza.


El miedo al fracaso es uno de los motores en una sociedad competitiva, donde nadie desea ser un perdedor.


Y dado que tener el control significa que hemos conseguido que algún aspecto de la realidad se ajuste a nuestras expectativas, cederlo o compartirlo suele implicar la renuncia a una parte de ellas y correr el riesgo de sentirse "derrotado".


Cuando alguien próximo reclama su cuota de poder, si sospechamos que su conducta se apartará de lo que consideramos deseable o mejor, decidimos que aún no es el momento de pasar el testigo.


Es frecuente entonces infantilizarlo pensando que no sabe lo que es mejor para él, o intentar negarle la capacidad de decidir, aunque ello conlleve una guerra de desgaste.


Si un hijo decide dejar los estudios a pesar de lo que sus padres se han sacrificado para que pudiera ir a la universidad, o un miembro de la pareja le dice al otro que se ha enamorado de un tercero y quiere dejarlo, el conflicto suele estar servido. En este momento, si no se supera el miedo al fracaso, el control puede convertirse en algo negativo y el amor en opresión.


Nos encontraremos en un punto crucial de nuestra vida: decidir si es mejor rendirse o continuar con una defensa numantina. O mejor dicho, plantearse seriamente si una decisión que siempre hemos considerado la mejor, realmente lo es desde la perspectiva del resto de las personas implicadas.


¿Cómo aprender a delegar?


Aceptar la pérdida de control como algo positivo, compartir o ceder la responsabilidad de decidir, ser capaces de superar el miedo que generan los cambios y no sentirse fracasado si la realidad no coincide con nuestras expectativas, son pasos importantes para entrar en esa dimensión más profunda de la madurez que implica pasar el testigo.


Elegir el momento adecuado


Aceptar la pérdida de control como algo positivo no significa comulgar con ese mito moderno de que cualquier forma de poder es opresiva, lo que está provocando que algunos adultos, por miedo a que se les critique, dejen de lado parte de sus responsabilidades, entreguen testigos a destiempo y permitan conductas poco edificantes a los más jóvenes.


El deseo de poseer cierto control dentro de unos límites es natural, positivo y saludable. Control y responsabilidad están íntimamente unidos. No se trata tanto de renunciar a él como de asumir que más tarde o más temprano tendremos que cederlo.


Pero un elemento clave, y realmente difícil, para pasar bien cualquier testigo es el momento. Si lo hacemos antes de tiempo exponemos a riesgos innecesarios; si tardamos mucho provocamos frustraciones y rechazo.


Aceptar que nadie es imprescindible


Para ceder el testigo adecuadamente una de las partes ha de confiar y la otra demostrar que es digna de confianza.


En este sentido hay un tipo de personas que tienen una dificultad especial para pasar el testigo: los perfeccionistas.


Imagino que todos hemos oído o dicho en alguna ocasión, más en serio o más en broma, esa frase que comienza con un "Si no fuera por mí..." Quienes la dicen suelen ser personas que se sienten imprescindibles en alguna faceta.


"Si no fuera por mí..." es una expresión amarga y peligrosa. Amarga porque manifiesta desconfianza no ya en el otro, sino en su capacidad para hacer las cosas; y peligrosa porque supone un freno a su desarrollo emocional y una excusa perfecta para que se acomode en el pasotismo: "Total, si no lo voy a hacer bien ¿para qué esforzarme?", piensa el implicado.


Es cierto que, en ocasiones, hay quienes la desconfianza se la han ganado a pulso. Pero cabe siempre plantearse una duda: ¿no será que en nuestra búsqueda de perfección hemos decidido que sólo hay una manera correcta de hacer las cosas y hemos desestimado sistemáticamente cualquier alternativa?


La búsqueda de la excelencia es buena, pero el perfeccionismo puede ser un azote para los que nos rodean. Ser capaces de pasar el testigo, en estos casos, es un ejercicio extraordinario, no solo de necesaria humildad, sino de aprendizaje.


Dar la opción a que los demás hagan las cosas a su manera significa darnos la oportunidad de entender formas diferentes de funcionar y ofrecernos la grata sorpresa de descubrir que, con algunas de esas formas de hacer, se obtienen incluso mejores resultados que con las nuestras.


Apoyarse en los demás pidiendo la ayuda necesaria


Aunque cabe señalar que esta frase puede tener también otro significado. Un día, en mi ingenuidad, le pregunté a una señora amiga de mi familia por qué su madre vivía siempre con ella y nunca en casa de sus hermanos. Y ella me contestó: "ya me gustaría, pero hace años que me dan largas".


Y es que la expresión"si no fuera por mí...", en algunas ocasiones, significa: "me gustaría declinar esta responsabilidad, pero nadie quiere tomar el relevo".


Es una llamada de auxilio a la que nadie contesta, porque es más fácil quejarse cuando algo sale mal o no está hecho a tiempo que asumir el trabajo de hacerlo.


Las amas de casa saben mucho de esto: desde maridos que "no saben" cómo se pone en marcha el programa de prendas delicadas en la lavadora (una vez que lo intentó estropeó la colada, así que mejor si lee el periódico) a hijos que todavía no han aprendido a ordenar su ropa, pasando por toda una gama de actividades cotidianas, existen bastantes seres humanos complacidos en mantener con dignidad un espacio de irresponsabilidad que les permite vivir cómodamente, sin que les genere ningún problema tnental no tener determinados tipos de control, sobre todo si implican trabajo.


Y es que en ciertos aspectos las reticencias pueden no ser para pasar el testigo, sino para recibirlo.


Por qué es importante aprender a delegar


Pasar el testigo es un trabajo difícil. Por un lado requiere perder el miedo al fracaso, mucha generosidad y confianza en la vida; por otro exige implicarse en un proceso educativo que ha de empezar por uno mismo.


Educación entendida como aprendizaje constante, curiosidad por lo nuevo, aceptación de otros puntos de vista y, sobre todo, respeto.


Ese miedo citado a ejercer cierto control se manifiesta en algún tipo de desorientación sobre los principios básicos que hay que transmitir. Da la sensación de que, no ya algunos adultos, sino una parte de la sociedad, están hoy propiciando la irresponsabilidad de los más jóvenes.


Si en el aspecto personal existen problemas, en el social pasar el testigo parece estar cada vez más descuidado. Las nuevas generaciones disfrutan cada vez de más libertad e información que las anteriores, pero ciertas estadísticas sobre el mundo adolescente sobrecogen por su magnitud: el consumo de drogas, los embarazos no deseados, los accidentes de tráfico, la violencia escolar...


Hasta ahora hemos hablado de pasar el testigo de una persona a otra, pero a veces, y esto lo saben quienes han sufrido alguna desgracia, algunos testigos nos los pasa directamente la vida en su faceta más dramática. Una vez sobrepuestos al dolor, no queda otra opción que salir adelante, asumiendo la situación y aprovechando las nuevas oportunidades o la ayuda que nos tienden los demás.


Pasar el testigo no es fácil porque nos enseña que no somos imprescindibles y nos recuerda nuestra propia finitud. Pero también nos humaniza.


Desde que nuestros antepasados empezaron a tallar puntas de flecha o a dibujar en la arena muchas cosas han sucedido. Para ello ha sido preciso que los seres humanos se fueran legando amor y conocimiento, en una cadena cuyos extremos desconocemos pero de la que podemos ser eslabones en función de nuestra entrega y capacidad.


Recibir un testigo y saber llevarlo y pasarlo... ¿acaso no se resume en ese gesto toda una trayectoria vital?


6 preguntas para entender por qué no consigues delegar (y lograrlo)


Pasar el testigo es un tema delicado y nada fácil. Ceder el poder y ofrecer nuevas responsabilidades requiere responder a ciertas cuestiones.


Qué desventajas tiene mantener tu posición. A veces los costes suelen superar a los beneficios y, paradójicamente, la mejor victoria puede ser la rendición.

Qué defiendes y qué ventajas te reporta. Es conveniente pensar en beneficios reales, y dejar de lado cuestiones como el prestigio o el orgullo. Sea en el ámbito personal, familiar o laboral, ceder poder puede significar la pérdida de ciertos privilegios, pero también enriquecernos con nuevas oportunidades. Y es que para que alguien pueda llegar a ser, otro debe dejar el espacio suficiente.

Si la persona es la adecuada. Es lo que se denomina "perfil" y cada persona tiene el suyo. A veces nos dejamos llevar por supuestos que no son reales: el hijo al que se le dan más libertades no forzosamente ha de ser el mayor, sino el más adecuado para tenerlas.

Si esa persona desea recibirlo. Lo que para nosotros es un privilegio para otro puede suponer una carga. Preguntar con franqueza y ser capaces de aceptar un no por respuesta son gestos propios de personas sólidas.

Cómo y cuándo. Tan importante como la persona es el hecho de que esté preparada. Y no hay que minimizar la importancia del rito. Nuncá está de más hacer un ejercicio de memoria y recordar cómo recibimos nosotros ese testigo. Nos permitirá entender mejor a quien hayamos de pasárselo.

Nada es para siempre. Ni nuestras propiedades ni nuestro poder, ni nuestros cargos, ni siquiera nuestra vida. Pasar bien el testigo requiere liberarse de esa falsa sensación de definitividad en que a menudo vivimos.


Fernando Torrijos

Enlace: https://www.cuerpomente.com/psicologia/como-aprender-delegar-responsabilidades_10912

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