Publicado: 31 de Octubre de 2019

«Un hombre no puede estar cómodo sin su propia aprobación«, escribió Mark Twain. Y eso nos indica que todos tenemos un crítico interior que puede ser más o menos duro, implacable o incluso cruel. En algunas ocasiones esa voz puede tomar el mando, convirtiéndose en un monólogo constante y ensordecedor que acalla la razón. 

Ese yo crítico nos dirá que no somos lo suficientemente inteligentes o talentosos, que no somos lo suficientemente atractivos, sociables, delgados, exitosos… Nos recordará continuamente cada error o fallo del pasado – por muy remoto, pequeño o intrascendente que sea – machacando sin piedad nuestra autoestima y echando por tierra cualquier brizna de motivación que haya podido encenderse.

Si no equilibramos ese yo crítico y le damos alas, no solo puede llegar a ser francamente desagradable, sino que puede terminar limitándonos o incluso dañándonos. Podemos llegar a convertirnos en nuestro peor enemigo y nuestro mayor obstáculo.

Tu crítico interior no eres tú

Nuestro crítico interior es uno de los diferentes yos que coexisten en nuestra personalidad. Según la “Teoría de los Yos”, nuestra personalidad está compuesta por una multiplicidad de yos que toman el mando según sea necesario, para protegernos de los peligros, garantizar nuestra supervivencia y lograr que seamos menos vulnerables. 

Pero esos yos no siempre nos protegen – o al menos no de la mejor manera. A veces pueden desplegar una pulsión autodestructiva, como el caso de un yo crítico descontrolado y acrítico consigo mismo. Si dejamos que nuestro crítico interior domine sobre los demás yos que componen nuestra personalidad, antes o después terminaremos teniendo un problema.

En otras palabras, si somos mucho más críticos que amables con nosotros mismos, si nos dedicamos más a vapulearnos por los errores que a regocijarnos por los logros, es fácil caer en un bucle de pensamientos negativos que generan a su vez un gran malestar interior, lo cual puede hacer que pongamos en marcha comportamientos limitantes y/o dañinos para nosotros mismos. 

Ese yo crítico no surge de la nada, comienza a desarrollarse en nuestra infancia. De hecho, si prestamos atención a su diálogo, es probable que nos asombremos al descubrir que algunas de las frases que componen su discurso y que usamos para criticarnos ni siquiera nos pertenecen, son un recordatorio de aquellas que nos decían nuestros padres u otras figuras de autoridad.

Eso significa que si nuestros padres eran muy autoritarios, perfeccionistas y/o exigentes, es probable que nuestro yo crítico sea uno de los yos predominantes en nuestra personalidad, por lo que no podremos dar siquiera un paso sin que nos asalte su discurso crítico. 

¿Cómo equilibrar el crítico interior?

Ser autocrítico en exceso no es bueno. Psicólogos de la Universidad de Missouri comprobaron, tras estudiar a más de 800 adolescentes y jóvenes durante un periodo de seis meses, que quienes solían quejarse y criticarse con frecuencia se exponían a un riesgo mayor de sufrir depresión o ansiedad.

La crítica en sí misma no es negativa, pero cuando es constante y excesiva llega a ser limitante, hasta el punto de paralizarnos o reducir nuestra autoestima a cenizas, por lo que no es extraño que terminemos sufriendo una ansiedad inmensa debido al miedo al fracaso o una depresión severa gestada en la sensación de que no valemos nada.

Por desgracia, acallar al crítico interior no es tan sencillo, sobre todo cuando es uno de los yos dominantes de nuestra personalidad. Podemos discutir con esa voz buscando contraargumentos, usar afirmaciones positivas o incluso hacer como si no existiera, pero ninguna de esas estrategias suele funcionar. De hecho, tienen el efecto contrario: refuerzan el crítico interior y le dan más poder, convirtiéndolo en la única voz que escuchamos. 

Para lograr un cambio real, la clave radica en restarle poder a nuestro yo crítico. Un truco sencillo, práctico y muy eficaz consiste en darle un nombre. Cuando asociamos un nombre a esa voz, automáticamente le restamos autoridad e importancia.

Darle un nombre propio, que diferencie a nuestro yo crítico de nosotros mismos también nos permitirá asumir la necesaria distancia psicológica, lo cual nos ayudará a evaluar su discurso con mayor objetividad. No debemos olvidar que debido a la pereza selectiva, el 60% de las veces estaríamos dispuestos a rechazar nuestros propios argumentos cuando los expone otra persona. 

Eso significa que somos más críticos con las ideas de los demás que con las nuestras. Dar un nombre a nuestro yo crítico nos permitirá ser críticos con sus ideas.

Por supuesto, el objetivo final no es deshacerse del yo crítico porque una dosis de autocrítica siempre es necesaria. No puede convertirse en uno de nuestros yos repudiados. El objetivo final es lograr que ese crítico interior esté en equilibrio con otros yos más amables y motivadores, de manera que nos ayude a crecer como personas, en vez de condenarnos a la insatisfacción permanente con nosotros mismos.

Jennifer Delgado Suárez 

Enlace: https://rinconpsicologia.com/yo-critico-nombre/

Imagen: Adobe Spark Post