Publicado: 8 de Abril de 2021

Las conversaciones que tenemos con nosotros mismos, los diálogos internos, influyen mucho en nuestras acciones y sentimientos. Son el resultado de nuestras experiencias en la infancia, sobre todo en la edad más temprana, que configurarán nuestro carácter.


En función de la relación que mantuvimos con nuestros cuidadores (padres, abuelos, maestros) vamos formando creencias sobre nosotros mismos y sobre la realidad. De hecho, el diálogo interno surge como mecanismo de defensa y de protección ante lo que vivimos en la infancia y produjo dolor. Nos ayudó a sobrellevar las heridas y a sobrevivir para seguir creciendo en un entorno del que no podíamos escapar.


¿Por qué surge el diálogo interno?


El diálogo interno una forma de adaptación, ya que en ese momento no podíamos hacer nada más. Necesitábamos a esas figuras de referencia. Surge de situaciones en las que el niño o la niña se ha visto desatendido en sus necesidades, ha estado solo, maltratado, utilizado, poco visto o valorado, algo que puede ocurrir porque las circunstancias de los cuidadores no les permitieron estar lo suficientemente presentes o también porque estos reproducen lo que aprendieron de pequeños.


Por ejemplo, si a un niño se le muere su padre, este va a sentirse abandonado y puede que, además, su madre no esté presente tampoco a causa del duelo. O bien puede que los padres tengan que trabajar a todas horas para mantenerlo. O que sus padres discutan constantemente y él sufra con ello.


En muchos casos, todas estas experiencias tempranas nos llevan a desarrollarnos con unas carencias que nos irán acompañando en la vida adulta, al no haber sido cubiertas las necesidades básicas (ser visto, sentirse escuchado, amado, valorado y acogido, entre otras) en la niñez.


Son carencias ante las que iniciamos un diálogo interno para justificar lo que estaba pasando.


Cuando somos niños no podemos aceptar el dolor que nos han infligido, y para gestionarlo o bien nos culpamos por lo que sucede o negamos el dolor fingiendo que somos felices.


En ambos casos no se está conectado con la experiencia presente. Como dice Jorge Bucay, este dolor lo metemos en unos barriles que escondemos bajo el agua para que nadie los vea y dedicamos la mayor parte de nuestra energía a que no suban a la superficie y a que sigan ocultos. Así es como aprendimos a funcionar sin partes de nosotros mismos, para sobrevivir en un contexto en el que estas facetas no podían ser atendidas.


Tipos de diálogos internos


El diálogo interno es el síntoma más claro de nuestra neurosis, que toma distintas formas según el carácter. Hay diferentes tipos de diálogo interno.


Diálogos de exigencia. En algunas personas el diálogo es moralista y exigente, necesita que todos se ajusten a unas reglas de perfección y, cuando no es así, la reacción es airada y de acusación.

Diálogos de crítica. En otras personas, cuando algo sucede, el diálogo se vuelve siempre contra ellos y, en lugar de criticar o repartir las responsabilidades, se autoculpan de todo, sienten que no valen nada, que son un desastre, que no merecen respeto, se maltratan a sí mismas, se creen que son tontas o que tienen una tara imborrable, etc.

Diálogos que culpan a los otros. Hay personas que evitan el dolor de tal forma que en su diálogo interno siempre hay un responsable externo causante de su malestar.Y es que ellos son buenísimos y estupendos, pero los demás no son capaces de verlo.

Diálogos defensivos. Las hay también cuyo diálogo es básicamente defensivo, porque los demás representan una amenaza, y así les agreden mientras se dicen que se están defendiendo. Su diálogo toma la forma de "que los demás no me vean débil, antes de que me hagan daño, les hago yo".

Diálgoso conciliadores. También hay quienes tienen un diálogo en el cual siempre sienten que no pasa nada, que no va con ellos, y que buscan todo el rato la conciliación sin tenerse en cuenta a sí mismos.

Cómo se reflejan los diálogos internos en el cuerpo


Todos estos tipos de diálogo interno tienen su reflejo corporal: una posición de defensa sacando pecho mientras se anda, para no mostrar debilidad, o bajando la cabeza y encogiéndose, cuando uno se dice que no tiene valor.


Los diálogos crean emociones internas que fijan el cuerpo en una posición concreta, no permitiendo tener adaptabilidad ni flexibilidad. Por ello tenemos las mismas reacciones una y otra vez.


Esto es a lo que llamamos neurosis, porque este diálogo interno nos resta libertad de acción, tanto interiormente como exteriormente.


¿Cómo podemos romper esta dinámica?


Esta dinámica nos limita, nos desgasta, no nos deja expresar nuestra espontaneidad ni desarrollar nuestras potencialidades? ¿Cómo podríamos recuperar estos barriles escondidos y no dedicar tanto esfuerzo a ocultarnos para no entrar en nuestro dolor original?


Para empezar, deberíamos agradecer a estas partes el servicio que nos han prestado al asegurar nuestra supervivencia. Para ello es necesario un entorno seguro que nos permita acceder al contenido doloroso que escondimos en estos barriles.

En segundo lugar, convendría darnos cuenta de que, en el contexto actual, seguramente ya no necesitamos estas partes ni la función que cumplían. Ya no somos los niños desprotegidos que éramos.

Integrar ese dolor en nuestro interior es la condición necesaria para eliminar el diálogo interno, que ya no necesitamos como protección. Se trata de llevar a cabo una unión de nuestras partes negadas y acogerlas sintiendo compasión por ellas y amor. Aceptándolas.

Cómo reconciliar las partes de uno mismo


Identificar el diálogo interno. Estamos en él cuando los pensamientos son intensos, repetitivos y sin salida. Cuando la mente ocupa tanto espacio que no podemos contactar con la realidad.


La aceptación. Tras darse cuenta de que estamos en un diálogo interno, debemos aceptar la situación y darnos cuenta de que estamos poseídos por él, algo que habitualmente se caracteriza por sensaciones y emociones como agobio, parálisis, cansancio, ansiedad, etc. También es probable que surja algún dolor corporal de baja de intensidad y conocido. Conviene llevar la atención hacia él e imaginar qué es lo que diría si pudiera hablar. Dejar que se exprese con palabras o con un movimiento que salga desde el cuerpo y no desde lo mental lo liberará.

Ni víctimas ni verdugos. Cuando nuestro diálogo interno está basado en la crítica y el juicio, en la competencia en lugar de la compasión, en lugar de la cooperación y el respeto, como explica Thich Nhat Hanh, estos pensamientos nos dañan y nos desenergetizan.

El poder del trauma. Las heridas profundas que no han sido integradas, ya sean de la niñez o también de la edad adulta, disparan el diálogo interno de forma tan intensa e inconsciente que la persona pierde el control. Para poder integrar estos recuerdos traumáticos, es necesario identificar la situación traumática que estamos reviviendo para poder así diferenciarla de la realidad actual. Después, para integrar esta situación del pasado, nos ayudará el poder expresar los sentimientos que no pudimos expresar en el momento en que se produjo el trauma.

Centrar la atención en el interior. Se trata de poder enfocarse en lo que ocurre dentro de nosotros y atender las sensaciones físicas y, si aparece algún pensamiento, dejarlo pasar para volver a centrar la atención en las sensaciones que estamos teniendo en este momento presente. Simplemente al enfocarnos en ellas, estas cambian.

Volver al presente. Cuando pongo el foco en lo que oigo, veo, huelo o degusto y voy nombrando continuamente lo que percibo con los sentidos, me coloco totalmente en el momento presente y el diálogo interno desaparece.

Meditar. La meditación es una herramienta para acallar el diálogo interno centrándonos en la respiración y acallando el ruido mental. Con la práctica continuada podemos conectarnos con partes nuestras que también están en nosotros más allá del diálogo interno y conectarnos con nuestra verdadera naturaleza, que es mucho más amplia que la identificación que tenemos con nuestra mente.


Mireia Darder

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