Publicado: 30 de Abril de 2021

De niños descubrimos nuestro cuerpo y el placer de un abrazo. Durante la adolescencia, vivimos la evolución hacia la sexualidad adulta, que será plena si no ponemos un límite de edad a nuestra capacidad de sentir y de amar.


Seres sexuales, desde que nacemos hasta que morimos


La idea de que la sexualidad es algo que aparece en un momento puntual y desaparece cuando somos mayores no sólo es errónea sino que, además, nos condena a renunciar a una parte esencial de nosotros mismos.


No existe una sexualidad única. Las personas somos y sentimos de maneras distintas. Evolucionamos, aprendemos de las experiencias vividas, reflexionamos y nos relacionamos con personas que hacen que percibamos las cosas desde otros puntos de vista.


Si todo esto lo hacemos en muchos aspectos de nuestra vida, no podemos caer en el error de creer que la sexualidad queda apartada de toda evolución y aprendizaje.


La sexualidad evoluciona y cambia igual que nosotros y nuestro ciclo vital. Es cierto que no tenemos ni la misma visión ni el mismo concepto de nuestra sexualidad cuando somos niños, adolescentes, adultos o incluso cuando se nos dice que, a partir de cierta edad, ya no tenemos derecho a ella. Pero eso no significa que aparezca o desaparezca.


Nuestra sexualidad evoluciona y se transforma, pero sigue siendo inherente a nosotros durante nuestro proceso de vida


De hecho, se ha estudiado y se ha comprobado en estudios prenatales la existencia de ciertas respuestas sexuales tanto en fetos femeninos como masculinos. Erecciones, lubricación vaginal e incluso algo parecido al orgasmo se dan con cierta frecuencia durante la gestación. Por ello, podemos decir no sólo que la sexualidad nace con nosotros como una ilusión sino como una realidad.


Cuando hablamos de sexualidad infantil, nos referimos a muchos aspectos que poco tienen que ver con el concepto sexual de los adultos. La sexualidad infantil, que va desde el nacimiento hasta la entrada en la pubertad, se basa en varios aspectos que abarcan desde el descubrimiento del propio cuerpo y el del otro, las sensaciones de placer con la estimulación afectiva y la búsqueda del propio origen – “cómo he entrado y cómo he salido del vientre materno”– hasta toda la gama de afectos que podemos sentir.


Desde que nace, el niño se educa sexualmente a través de las acciones, actitudes, opiniones, consideraciones y omisiones de las personas con las que tiene contacto. Se quiera o no, se educa en sexualidad siempre. Tanto el hacer como el no hacer educan: mostrarse desnudos quiere decir una cosa y no hacerlo, otra distinta; permitir que manipule de una forma natural sus genitales le educa en una dirección y no dejarle o enfurecerse por ello educa en otra.


Aunque un niño empiece a preguntar en el momento en que domina el lenguaje, sus inquietudes acerca del sexo aparecen mucho antes


A partir de estas primeras etapas, el interés por la sexualidad se manifestará de manera progresiva, a lo largo de todo el desarrollo vital. Simplemente, hemos de ser conscientes de que cambiarán los deseos, los ritmos y la expresión de la sexualidad; pero ésta seguirá estando presente de una manera u otra, siempre viva, respondiendo exclusivamente a nuestra biografía personal.


Pasar de la niñez a una sexualidad adolescente


Aquí la sexualidad está completamente centrada en el deseo y, en muchos casos, en el inicio de la práctica. Descubrimos más ampliamente el placer y medimos nuestro propio atractivo. En esta etapa residen nuestros primeros enamoramientos y desengaños.


Durante el desarrollo de la sexualidad adolescente ponemos en marcha todos aquellos recursos aprendidos que nos serán herramientas esenciales para vivir una sexualidad feliz. Cuidar estas dos etapas es un derecho pero también una obligación, ya que ellas marcarán y estructurarán nuestro comportamiento sexual adulto.


Cuando somos adultos, en nuestra experiencia, nos remitimos a todo aquello que se nos dijo y que no se nos dijo sobre nuestra sexualidad. Recordamos las miradas, las sensaciones, percibimos todo cuanto influyó. Y todo lo que sentimos en la época adulta nos influirá también más tarde en nuestra vida sexual. Si hubo miedo y vergüenza, seguirán existiendo; si hubo espontaneidad y naturalidad, se vivirá así; si hubo silencio, éste será más intenso.


Pero, en nuestro fuero interno, la sexualidad que experimentamos desde la infancia hasta la edad adulta la vivimos con vitalidad, sabiendo que no hay más límites que los que nosotros mismos nos imponemos. Sin embargo, ésa no es la idea que tenemos de nuestra sexualidad a partir de una determinada edad: al contrario, pensamos que, de mayores, nuestra sexualidad empezará a remitir paulatinamente hasta extinguirse.


La sexualidad en la vejez no es atlética, pero es


Tampoco es una sexualidad que se pueda medir por nuestras capacidades de respuesta, pero no debemos olvidar que la sexualidad y la capacidad de sentir seguirán existiendo; cambiadas, modificadas por la propia fisiología, pero no por ello inexistentes.


En esta etapa, olvidémonos de las metas, del tiempo que tardamos en llegar, de las figuritas atléticas, y centrémonos en sentir con el alma y con el cuerpo.


La capacidad de sentir, de amar, de ser acariciados, de obtener placer, no puede ni debe olvidarse


Si lo hacemos con los que ahora son nuestros mayores, nos condenaremos a dejar de sentir, también a nosotros mismos. Sería una pena dejar de ser libres, para amar y sentir nuestra propia sexualidad, sea cual sea su expresión.


Sexualidad plena: adaptarse a cada etapa


No debemos olvidar que la sexualidad forma parte de nosotros mismos, de lo que somos como personas. Prescindir de ella o reducirla a su mínima expresión no deja de ser una forma de renunciar a una parte de nosotros mismos. Conocerla y modificarla para ser más felices es un privilegio que no podemos desaprovechar.


En la infancia


Es imposible no educar. Hacer o no hacer, decir o no decir, todo ello marcará el camino del aprendizaje de nuestros hijos en referencia a su sexualidad


1. Hablar de sexo


Esto no significa que tengamos que estar hablando todo el día de sexualidad; pero sí ser conscientes de que forma parte de nuestra vida y de la de ellos.


2. Contestar a sus preguntas


Cuando un niño o una niña pregunta sobre algún aspecto de la sexualidad, es un momento inmejorable para consolidar nuestras vías de comunicación con ellos. Responde con naturalidad y con la verdad.


Él o ella marcarán hasta dónde desean saber. Si les das más información de la que quieren, cambiarán de tema o la obviarán. Si, por el contrario, das una información demasiado escueta, volverán a preguntarte más. Ellos marcan el ritmo, no lo olvides.


3. Ellos no aprenden solos


Tú eres un modelo de actuación para tus hijos. Si ven abrazos, besos y caricias entre sus padres, sabrán que se quieren y les educarás en un modelo afectivo. Si te da vergüenza, será eso lo que les transmitirás sobre los afectos.


Si no contestas a sus preguntas, si no estás disponible para ellos en este tema, buscarán otra fuente que no sabrás ni cuál es ni qué información les transmitirá.


4. Destierra falsos mitos


Si hablamos de sexualidad a los niños, ¿estaremos incitando a que vayan más allá? Es cierto que esta idea está muy arraigada, pero no por ello es adecuada.


La sexualidad sigue un ritmo evolutivo, pero no se saltan etapas porque se sepa más sobre ella. De hecho, se ha comprobado que sucede todo lo contrario. Cuando un niño o niña sabe más acerca de todos los valores sexuales (educar no es hablar de prácticas sexuales), más tranquilamente se acerca a ella; más recursos tiene para decidir sobre ella; más libertad tiene; más capacidad de reflexión.


Educar en sexualidad es proporcionar recursos, autoestima, capacidad de negociación y un montón de cosas más que aplicamos en otros temas, pero que respecto a éste parece que a veces olvidamos.


Durante la vejez


A partir de cierta edad se da una serie de cambios que modifican la expresión de nuestra sexualidad tal y como la hemos percibido durante años. En el caso de la mujeres es normal que, por un desequilibrio hormonal, se produzcan molestias en la penetración, o que les cueste más excitarse. El deseo, por cuestiones emocionales diversas, también puede verse alterado.


Podemos seguir sintiendo, sólo hemos de buscar nuevas formas de expresión tan válidas como otras.


Buscar alternativas al placer


Así como las mujeres experimentan una serie de cambios, los hombres lógicamente también. No es que ellos no deseen, no es que no quieran, lo que sucede es que lo que han considerado su órgano sexual por excelencia no funciona igual que antes.

La estimulación ha de ser mayor, las erecciones no son tan firmes, la eyaculación tarda más en llegar... Pero tampoco su capacidad para sentir está alterada. Buscar alternativas al placer que no estén tan centradas en los genitales es una buena opción.

Sexo sin vergüenza


Para algunas personas, que los mayores expresen sus afectos y sus deseos es una situación vergonzosa. Es bien conocida la expresión “viejo verde” que sugiere que las personas interesadas en su sexualidad a partir de cierta edad no reciben más que condenas por sentir y expresarla.


Pero si comprendemos que la sexualidad tiene muchas vías de expresión, que no acaba en una determinada fecha y que forma parte de todas las etapas de la vida, no sólo debemos respetarla, sino también respetar su libre expresión sin avergonzarnos de ello.


Marta Arasanz

Enlace: https://www.cuerpomente.com/psicologia/pareja/sexualidad-plena-etapas-vitales_1235

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