Publicado: 22 de Enero de 2023

El ser humano es un ser trascendente, es decir, las necesidades del animal humano van más allá de la mera satisfacción de las necesidades básicas.


Todos los organismos estamos programados para evitar el dolor y perseguir el placer, pero los humanos no nos conformamos solamente con sobrevivir, queremos sentir que tenemos una vida y que esta vida tiene un propósito.


Podemos -y a menudo lo hacemos- elegir renunciar al placer y exponernos a la adversidad persiguiendo algún objetivo más elevado. El estudiante que renuncia a divertirse y dedica horas de estudio a aprender una profesión con la que está comprometido es un ejemplo de esta necesidad de “ir más allá”.


Lo mismo puede decirse del deportista que se enfrenta a la pereza, el cansancio, las inclemencias del tiempo o cualquier otra dificultad para entrenar porque está decidido a superar su marca.


Ninguna otra criatura sufre como lo hace el ser humano, pues nuestra mente ha evolucionado de tal forma que podemos angustiarnos por cosas que ya no están y también podemos sufrir por cosas que todavía no son.


Podemos aprender del pasado y podemos planificar el futuro y esa (maravillosa) capacidad es, paradójicamente, la causa de muchos de nuestros males. Y no hay vuelta atrás, una vez que uno desarrolla la capacidad de razonar, a partir de nuestro lenguaje, este proceso no puede revertirse. Entonces, los recuerdos dolorosos nos acosan y nuestras anticipaciones catastrofistas sobre el futuro nos persiguen y esto nos causa sufrimiento.


Uno no puede amputarte el pensamiento; quien lo haya intentado habrá descubierto ya que no se puede huir de la propia mente, al menos no todo el tiempo.


Uno puede distraerse un rato, claro está, pero tarde o temprano estos pensamientos acaban por colarse en la conciencia.


Un laberinto es un lugar donde uno se pierde, la mente puede ser un laberinto, uno puede perderse en su propia mente. Y uno puede perderse en el proceso de evitar el sufrimiento, tratando de huir de su propia mente.


¿Qué podemos hacer entonces?


Tratemos de salir del laberinto, sigue leyendo. Podemos hablar de dos tipos de dolor: dolor limpio y dolor sucio:


El dolor limpio


Llamamos dolor limpio a todas esas incomodidades inherentes al hecho de estar vivo. Puede doler en forma de pensamientos, emociones y sensaciones físicas. Aquí entran el dolor físico, la enfermedad, la pérdida y todas las emociones y sentimientos displacenteros que uno naturalmente acaba experimentando en algún momento de su vida.


Cada día lidiamos con alguna de estas contrariedades y aunque podemos hacer intentos por eludirlas es imposible no sentirlas en algún momento.


No obstante calificamos como “limpio” a este tipo de dolor porque nos conecta a la vida, es el precio que pagamos por estar vivos, son circunstancias con las que tenemos que lidiar mientras tratamos de perseguir nuestras metas. El dolor limpio está conectado con nuestros valores, entendiendo como “valores” todo aquello que hace que nuestra vida sea valiosa.


Los valores, por lo tanto, son intrínsecamente subjetivos, no son iguales para todos. Ser un buen padre para mis hijos, desarrollar mi talento y destacar en mi profesión, cuidar de un bosque… todo esto pueden ser valores si esto hace que nuestra vida tenga un sentido.


El dolor limpio es la decepción que siento cuando no consigo lo que me propongo, pero es parte del proceso, si quiero experimentar el orgullo de conseguir mis objetivos debo estar dispuesto a abrazar el fracaso.


El dolor limpio es también el dolor de la pérdida. La pena profunda que uno siente al despedirse de un ser querido es la prueba inequívoca de que se quiso a esta persona y el tiempo compartido fue un regalo.


Amar algo implica estar expuesto a la posibilidad de perderlo, aquello que se ama es algo que aporta valor a la vida y el hecho de perderlo produce dolor.


El dolor limpio también es el miedo, la incertidumbre y las dudas cuando trato de seguir mi camino, cuando emprendo un proyecto, cuando asumo riesgos.


El dolor limpio es, en definitiva, todo aquello que me hace sufrir pero que no puedo evitar.


El dolor sucio


No siempre estamos dispuestos a abrazar el dolor limpio, cuando tratamos de evitarlo es cuando se produce el dolor sucio.


El dolor sucio es el sufrimiento que nos produce romper con nuestros valores. Se da como la consecuencia de renunciar a aquello que queremos en la vida, por no estar dispuestos a lidiar con el dolor limpio. Experimento este dolor cuando me encuentro encerrado en mi propia casa, solo y triste, dejando la vida pasar, cuando en realidad quisiera pasar tiempo con otras personas, pero no quiero exponerme a la posibilidad de ser herido, a la vergüenza o a la crítica.


Experimento dolor sucio cuando sueño con viajar a lugares exóticos pero no me atrevo a subir a un avión y así mi deseo de sentir que todo está bajo control y de sentirme seguro me encierra en una vida monótona y gris.


Es esa punzada de decepción y esa duda constante de lo que podría haber conseguido cuando, habiendo tenido la oportunidad, preferí no estudiar aquella carrera que me apasionaba por no estar seguro de poder lograrlo o por no decepcionar a mis padres, que tenían unos planes diferentes a mis deseos.


No podemos elegir no sufrir, pero podemos elegir la forma en la que sufrimos


Podemos elegir dolor limpio o dolor sucio. Podemos estar dispuestos a abrazar la vida con sus luces y sus sombras, o podemos no estarlo.


A menudo queremos hacer trampa, queremos huir del malestar pero sin renunciar a lo que queremos en la vida. No hay atajos: elegir es renunciar.


Romper con nuestros valores nos liberará por un tiempo: no tendremos que madrugar, esforzarnos, exponernos, cansarnos, etc.


Pero al renunciar a lo que realmente nos importa no tardaremos en cuestionarnos el rumbo de nuestra vida. El dolor sucio hace que la persona se sienta desorientada, perdida y sin propósito.


A menudo la persona se siente estancada, sin rumbo. Cuando uno pasa mucho tiempo en este estado puede perder de vista y lo que dotaba de sentido a su vida, esto conduce a un profundo sentimiento de vacío y desesperación.


Podemos huir, pero eso no sale gratis


Es bien cierto que a veces nos complicamos la existencia optado por decisiones complicadas, eligiendo caminos que resultan difíciles, habiendo opciones más sencillas y convenientes.


Pero, por otro lado, la opción fácil no siempre es la mejor opción. Huir es fácil, afrontar a menudo no lo es (y se vuelve más difícil cuanto más optamos por huir).


Podemos huir deliberadamente de aquello que nos da miedo, que resulta doloroso, que nos da pereza o vergüenza, que supone un desafío, que nos resulta desconocido y nos hace sentir inseguros, empujándonos fuera de nuestra zona de confort. Podemos huir de esto, o al menos podemos tratar de huir y podemos pasarnos la vida en esta huida, pero entonces tendremos que lidiar con las consecuencias.


A veces esta huida está camuflada: cuando uno vive con un ritmo acelerado, en una espiral de actividad frenética, siempre inmerso en nuevos proyectos.


A priori nadie diría que esta persona está huyendo, más bien parece que persigue algún objetivo. Pero a veces esta actividad incesante encubre una dificultad para parar. Parar es algo insostenible para algunas personas, pues pone de manifiesto nuestros fantasmas. Una agenda a rebosar, sin huecos en blanco, a veces es una forma de huir. Una adicción al trabajo a veces es una excusa, un pretexto para no lidiar con otras cuestiones.


Entonces podemos huir de nuestro malestar o podemos afrontarlo, aceptarlo e incluso escucharlo, pues tal vez tiene algo que decirnos.


La huida tiene un precio. El precio de vivir huyendo y de renunciar a esa otra vida, la que podríamos tener si reuniéramos el coraje de afrontar toda esa incomodidad en aras de perseguir lo que para uno resulta valioso y dota de sentido a la propia vida.


Renunciar a lo que realmente deseamos por no estar dispuestos a asumir el coste de enfrentarnos al dolor conlleva no solo esa pérdida, como consecuencia a menudo la mente azota a la persona con todo tipo de reproches, que a menudo tratamos de no escuchar (sí, seguimos evitando). Esto acaba produciendo un enorme vacío, un sentimiento de pérdida de orientación vital y una sensación de insatisfacción constante. Este es el dolor sucio.


A veces cobra la forma de fenómenos invisibles que solo siente aquel que los padece (pensamientos, recuerdos, dudas, emociones, sentimientos…) y que pueden pasar inadvertidos, pero a veces este intento por no sufrir conlleva consecuencias más evidentes como por ejemplo una vida improductiva marcada por la procrastinación, un círculo social empobrecido, una relación de pareja rota, una familia desatendida y en casos muy dramáticos puede conducir a la adicción.


Aceptar incondicionalmente todo lo que la vida tiene que ofrecer (lo dulce y lo amargo, lo agradable y lo desagradable) nos pone realmente en contacto con la vida y nos hace verdaderamente libres.


¿Libres para qué?


Libres para vivir una vida orientada por nuestros propios valores y dejar de darle al miedo, al dolor, a la frustración y a todos nuestros fantasmas el timón de las decisiones que tomamos.


La senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio ancho y espacioso. Miguel de Cervantes Saavedra.


Cristian Mantilla Simón

Enlace: https://psicologiaymente.com/psicologia/dolor-limpio-y-dolor-sucio

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