Publicado: 15 de Julio de 2020

Si todos fuésemos tan buenos e inteligentes como creemos ser, el mundo sería un lugar infinitamente mejor. El problema es que entre nuestra autopercepción y la realidad media el efecto Wobegon.


Lago Wobegon es un pueblo ficticio en el que habitan personajes muy peculiares ya que todas las mujeres son fuertes, todos los hombres son guapos y todos los niños son más inteligentes que la media. Esta ciudad, creada por el escritor y humorista Garrison Keillor, dio nombre al “efecto Wobegon”, un sesgo de superioridad también conocido como superioridad ilusoria.


¿Qué es el efecto Wobegon?


Corría el año 1976 cuando el College Board proporcionó una de las muestras más grandes del sesgo de superioridad. Del millón de estudiantes que se presentaron al examen SAT, el 70% creían que eran superior a la media algo que, estadísticamente, era imposible.


Un año más tarde la psicóloga Patricia Cross comprobó que con el paso del tiempo esa superiodad ilusoria puede agravarse. Al entrevistar a profesores de la Universidad de Nebraska descubrió que el 94% pensaban que sus habilidades de enseñanza se situaban en el 25% superior.


Por tanto, el efecto Wobegon sería una tendencia a pensar que somos mejores que los demás, a ubicarnos por encima de la media, creyendo que tenemos más rasgos, cualidades y habilidades positivas y minimizando los negativos.


La escritora Kathryn Schulz describió a la perfección este sesgo a la hora de autoevaluarnos: “Muchos de nosotros pasamos la vida asumiendo que estamos básicamente en lo cierto, básicamente todo el tiempo, básicamente sobre todo: nuestras convicciones políticas e intelectuales, nuestras creencias religiosas y morales, la evaluación que hacemos de otras personas, nuestros recuerdos, nuestra comprensión de los hechos… Aunque cuando nos detenemos a pensarlo resulta absurdo, nuestro estado estacionario parece ser asumir inconscientemente que somos casi omniscientes”.


De hecho, el efecto Wobegon se extiende a todas las esferas de la vida. Nada escapa a su influjo. Podemos pensar que somos más sinceros, inteligentes, decididos y generosos que los demás.


Ese sesgo de superioridad incluso puede extenderse a nuestras relaciones. En 1991 los psicólogos Van Yperen y Buunk constataron que la mayoría de las personas pensaban que su relación de pareja era mejor que la de los demás.


Un sesgo resistente a las evidencias


El efecto Wobegon es un sesgo particularmente resistente. De hecho, a veces nos negamos a abrir los ojos incluso ante las evidencias que nos demuestran que quizá no somos tan buenos o inteligentes como suponemos.


En 1965 los psicólogos Preston y Harris entrevistaron a 50 conductores hospitalizados por haber tenido un accidente de tráfico, 34 de los cuales habían sido responsables del mismo, según los registros policiales. También entrevistaron a 50 conductores con un registro de conducción inmaculado. Descubrieron que los conductores de ambos grupos pensaban que sus habilidades al volante estaban por encima de la media, incluso los que habían causado el accidente.


Es como si nos formáramos una imagen de nosotros mismos tallada en la piedra que resulta muy difícil de cambiar, incluso ante las pruebas más evidentes de que no es así. De hecho, neurocientíficos de la Universidad de Texas comprobaron que existe un patrón neuronal que sustenta este sesgo de autoevaluación y nos hace juzgar nuestra personalidad como más positiva y mejor que la de los demás.


Curiosamente, también hallaron que la carga mental aumenta este tipo de juicios. O sea, cuanto más agobiados estemos, mayor será la tendencia a reforzar nuestra creencia de superioridad. Esto indica que esa resistencia en realidad actúa como una especie de mecanismo de defensa que protege nuestra autoestima.


Cuando enfrentamos situaciones que nos resultan difíciles de gestionar y encajar con la imagen que tenemos de nosotros mismos, podemos responder cerrando los ojos ante la evidencia para no sentirnos tan mal. Este mecanismo en sí mismo, no es negativo ya que puede darnos el tiempo que necesitamos para ir procesando lo ocurrido y cambiar nuestra autoimagen para que sea más realista.


El problema comienza cuando nos aferramos a esa superioridad ilusoria y nos negamos a reconocer los defectos y fallos. En ese caso, los más perjudicados seremos nosotros mismos.


¿De dónde surge el sesgo de superioridad?


Crecemos en una sociedad que desde pequeños nos dice que somos “especiales” y a menudo recibimos halagos por nuestras habilidades, en vez de nuestros logros y esfuerzos. Eso sienta las bases para formarnos una imagen distorsionada sobre los méritos propios, nuestra forma de pensar o nuestros valores y habilidades.


Lo lógico es que cuando maduremos desarrollemos una perspectiva más realista de nuestras capacidades y seamos conscientes de nuestras limitaciones y defectos. Pero no siempre es así. A veces ese sesgo de superioridad incluso se afianza.


En realidad, todos tenemos la tendencia a vernos de manera positiva. Cuando nos preguntan cómo somos resaltaremos nuestras mejores cualidades, valores y competencias, de manera que al compararnos con los demás quedemos mejor parados. Es normal. El problema es que a veces el ego puede jugarnos malas pasadas impulsándonos a dar más importancia a nuestras habilidades, características y comportamientos que los de los demás.


Por ejemplo, si somos realmente más sociables que la media, tendremos la tendencia a pensar que la sociabilidad es una característica importantísima y sobreestimaremos su papel en la vida. También es probable que aunque seamos honestos, exageremos nuestro grado de honestidad cuando nos comparemos con los demás.


Como resultado, creeeremos que, en sentido general, somos superiores a la media porque hemos desarrollado al máximo nivel esas características que realmente “marcan la diferencia” en la vida.


De hecho, un estudio desarrollado en la Universidad de Tel Aviv reveló que cuando nos comparamos con los demás no usamos el estándar normativo del grupo, sino que nos focalizamos más en nosotros, lo cual hace que creamos que somos superiores al resto de los miembros.


El psicólogo Justin Kruger comprobó en sus estudios que “estos sesgos sugieren que las personas ‘anclan’ en su evaluación de sus propias habilidades y se ‘ajustan’ insuficientemente para tener en cuenta las habilidades del grupo de comparación”. O sea, nos evaluamos desde una perspectiva profundamente egocéntrica.


A más superioridad ilusoria, menos crecimiento


Los daños que puede provocar el efecto Wobegon suelen superar con creces cualquier beneficio que nos aporte.


Las personas con este sesgo pueden llegar a pensar que sus ideas son las únicas que valen. Y como además creen que son más inteligentes que la media, terminan haciendo oídos sordos a todo aquello que no se ajuste a su concepción del mundo. Esa actitud las limita porque les impide abrirse a otras concepciones y posibilidades.


A la larga, terminan convirtiéndose en personas rígidas, egocéntricas e intolerantes que no escuchan a los demás, sino que se aferran a sus dogmas y formas de pensar. Apagan el pensamiento crítico que les permite hacer un ejercicio de instrospección sincera, por lo que es habitual que terminen tomando malas decisiones.


De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Sheffield concluyó que no escapamos al efecto Wobegon ni siquiera cuando enfermamos. Estos investigadores pidieron a los participantes que estimaran con qué frecuencia ellos y sus compañeros llevaban a cabo comportamientos saludables y no saludables. Las personas informaron que ponían en práctica comportamientos saludables con más frecuencia que la media.


Investigadores de la Universidad de Ohio comprobaron que muchos pacientes de cáncer terminal pensaban que superarían las expectativas. El problema, según estos psicólogos, es que esa confianza y esperanza a menudo les hacía “elegir un tratamiento ineficaz y debilitante. En lugar de prolongar principalmente la vida, esos tratamientos disminuyen notablemente la calidad de vida de los pacientes y debilitan su capacidad y la de sus familias para prepararse para sus muertes”.


Friedrich Nietzsche se refirió a las personas que se quedan atrapadas en el efecto Wobegon como “bildungsphilisters”. Con este término se refería a aquellos que se vanaglorian de sus conocimientos, experiencia y habilidades, aunque en realidad estos son muy limitados ya que se basan en una búsqueda autocomplaciente.


Y esa es precisamente una de las claves para atar en corto el sesgo de superioridad: desarrollar una actitud desafiante para con uno mismo. En vez de darnos por satisfechos y creer que estamos por encima de la media debemos intentar seguir creciendo, desafiando nuestras creencias, valores y formas de pensar.


Para ello necesitamos aprender a calmar el ego para sacar a la luz nuestra mejor versión, de verdad. Siendo conscientes de que el sesgo de superioridad termina premiando la ignorancia, una ignorancia motivada de la que sería mejor huir.


Jennifer Delgado Suárez

Enlace: https://rinconpsicologia.com/efecto-wobegon-sesgo-superioridad-ilusoria/

Imagen: Adobe Spark Post