Publicado: 25 de Abril de 2018

El caso de una niña que sufría terribles pesadillas nos ilustra sobre lo importante que es escuchar, más que aleccionar o sermonear. Molly (nombre ficticio) era una niña de padres separados que dormía en la cama de su madre, en un piso nuevo al que se acababan de mudar tras el divorcio.

Tenía muchos problemas para separarse de su madre, para ir al colegio y para dormir sola. Fue diagnosticada con un “trastorno de ansiedad por separación”, etiqueta que se suele emplear cuando los niños sufren en exceso al separarse de su figura de apego.

Varios terapeutas intentaron ayudarla sin éxito. Se probó terapia grupal, junto con otros niños de sintomatología parecida, y también terapia individual, donde se barajaron diversas hipótesis: falta de autoestima, abuso sexual, trauma por ruptura familiar… Como no tenía éxito ningún tratamiento, empezaron a recetarle imipramina (antidepresivos).

La pequeña Molly, a sus cortos 10 años, se había convertido ya en un caso “imposible” para la psicoterapia. Nada funcionaba, para desesperación suya, de su madre y de su equipo de terapeutas.

Un grupo de psicólogos especializados en casos “imposibles” se hicieron cargo del caso. El secreto de estos valientes profesionales es prescindir de las teorías psicológicas y trabajar únicamente con la teoría que vive dentro de cada consultante. Según su opinión, cuando el resto de marcos de referencia fallan, será el marco de referencia del consultante el que tendrá más probabilidades de éxito.

A veces, entre tanta complejidad, se alza una solución sencilla e inesperada, como una flor en el desierto, nacida de la propia “teoría del cambio” que duerme en cada uno de nosotros.

En la segunda sesión, uno de estos intrépidos psicólogos le preguntó a Molly, directamente, cuál sería la mejor forma de evitar que ella tuviera pesadillas. “¿Qué podríamos hacer para que no tuvieras más pesadillas, Molly?”.

La pequeña niña se sintió sorprendida de que uno de sus terapeutas le preguntase por fin su opinión, es decir, que la incluyese como agente de cambio dentro de su problema, en lugar de prescribirle altivamente lo que tenía que hacer. Entonces la niña respondió que lo que había que hacer era crear un parapeto bien grande de almohadones y peluches alrededor de su cama. De esta manera, las pesadillas no podrían entrar.

A partir de ahí, la niña comenzó a dormir plácidamente, sola, en su propio cuarto. ¿Qué había pasado? En cuanto se le dio un poco de espacio para ser creativa y aportar sus propias soluciones, Molly vio crecer su autoeficacia percibida, restauró su orgullo y su dignidad, poco a poco comenzó a atesorar recursos personales de afrontamiento y, de este modo, consiguió elevar su autoestima.

Esta bola de nieve imparable de desarrollo y madurez no podía tener más que una meta: la de convertirse en una persona segura, capaz y autónoma.

Vicente Bay

Enlace: http://psicopedia.net/412/caso-molly-terribles-pesadillas/amp/