Publicado: 3 de Enero de 2020

Se habla de síndrome del desorden financiero cuando una persona gasta su dinero compulsivamente, sin tener en cuenta las consecuencias negativas que su actitud puede generar en el futuro. Corresponde a esa conducta en la que la persona es muy débil o vulnerable frente al impulso de comprar.

Gastar en exceso es una actitud peligrosaya no solo porque compromete los recursos de la persona, sino también porque aumenta la dependencia, rebajando la potencia de otros reforzadores. Es probable que se transforme en una manía que tiene consecuencias indeseables tanto para las finanzas como para la calidad de vida en general.

El síndrome del desorden financiero corresponde a una conducta autodestructiva y, en muchos casos, también inconsciente. La persona afectada no tiene el propósito consciente de dilapidar su dinero y quedarse sin recursos. Sin embargo, en la práctica, eso es precisamente lo que hace.

“Además de tratarse de una economía del exceso y los desechos, el consumismo es también, y justamente por esa razón, una economía del engaño. Apuesta a la irracionalidad de los consumidores, y no a sus decisiones bien informadas tomadas en frío; apuesta a despertar la emoción consumista, y no a cultivar la razón”.

-Zygmunt Bauman-

El consumo y el consumismo

El síndrome del desorden financiero es un trastorno que surgió asociado al consumismo. Esta corriente empezó a cobrar fuerza a comienzos del siglo XX y se consolidó en los primeros años del siglo XXI. El factor que más ha incidido en ese auge es la publicidad.

Antes del último siglo, el consumo excesivo no era visto con buenos ojos. Los individuos y las sociedades tenían en alto aprecio los hábitos de ahorro y, en general, había un propósito de acumulación de recursos antes que de dilapidación de los mismos. También eran tiempos en los que los bienes disponibles eran limitados.

A medida que la producción industrial abarató las mercancías, cada vez un número más alto de personas tenían acceso a un mayor número de bienes. Esto corresponde a un nuevo tipo de economía en la que se necesita del consumo masivo para generar ganancias de elevado volumen. Por eso, también se inventaron diferentes sistemas de crédito, de modo tal que el consumo fuera cada vez más extenso.

La publicidad hizo que las clases medias y bajas identificaran el bienestar y la libertad con la capacidad de comprar. En la práctica ocurre lo contrario: entre más se compra, mayor es la dependencia del mercado y más severos los compromisos que se adquieren para pagar. Aún así, la posibilidad de comprar otorga cierta sensación de poder, además de la convicción de que aumenta el estatus social.

El síndrome del desorden financiero

Lo que caracteriza al consumismo, y a quienes padecen el síndrome del desorden financiero, es el hecho de que la mayor parte de lo que se compra es realmente innecesario.

El goce ya no está en adquirir algo para satisfacer alguna necesidad, sino en el mismo hecho de comprar. Las compras a las que induce la actitud consumista son, por regla general, superfluas e innecesarias.

La publicidad no está compuesta solamente por los comerciales que nos invitan a adquirir un determinado producto. Más decisivos son los mensajes que circulan a través de lo que llamamos “la cultura del espectáculo” y, actualmente, las redes sociales y sus “influencers”.

Los “famosos” y las “celebridades” se convierten en modelos de éxito, cuando un aspecto que se destaca de ellos es su capacidad de consumo.

Habitualmente se enfatiza en los vestidos que usan, los automóviles que conducen, los viajes que realizan, los muebles que compran, etc. Marcan con su ejemplo un estilo de vida deseable, que tiene la apariencia de ideal. Llevar una vida análoga es lo que mueve a muchas personas con el síndrome del desorden financiero.

Más allá de las apariencias

En el síndrome del desorden financiero el consumismo es solo una cortina de humo. Lo que hay detrás de esta es desconcierto, una profunda insatisfacción y, con frecuencia, ignorancia. La gente que tiene mucho dinero, habitualmente no tiende a hacer gastos impulsivos. Los que tienen mayor poder económico en el mundo, no buscan tanto gastar como acumular.

La insatisfacción con uno mismo, con las circunstancias o la percepción de un bajo control sobre el medio es lo que suele hacer que la persona aumente sus gastos. De una u otra manera, hay consciencia de que se trata de una ilusión, pero estimula tanto que se prefiere vivirla, aunque sea temporalmente y a costa de consecuencias graves. Ese barril sin fondo, que ninguna compra llena por completo, se edifica sobre frustraciones que no hemos encarado.

La gestión inteligente de nuestras finanzas enriquece nuestra salud mental. Al contrario, esa insatisfacción que nos lleva a gastar sin control se puede abordar en términos psicológicos, tratando así el origen del problema real.

Se puede alcanzar la comprensión de lo que nos sucede, pacificar ese deseo autodestructivo y vivir más satisfechos con mucho menos.

Edith Sánchez

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