Publicado: 13 de Noviembre de 2020

Siempre que pregunto en cualquier ámbito formativo, y llevo más de dos décadas formulándola, si es natural la agresividad, la respuesta es... afirmativa.


Cuando la pregunta es teórica, la mayoría de las personas reflexionan y aceptan que la agresividad es una manifestación instintiva y por tanto natural. Pero en la práctica, la actitud no lo es tanto; y sobre todo cuando nos centramos en los niños pequeños, la cosa cambia.


¿Qué hay detrás de la agresividad en los niños?


La palabra agredir deriva del latín ad gredi, que significa "ir hacia, emprender, ir contra".


Esta definición se aproxima más al concepto actual de asertividad, cualidad que permite la autoafirmación del yo y la autoestima. En términos de Andrew Salter, la asertividad es un rasgo de la personalidad que favorece “la expresión de los derechos y sentimientos personales”.


No obstante, hay un consenso general por parte de los educadores y padres, que consideran que hay que enseñar a los niños “que no hay que pegar”. Premisa en sí misma importante si nace de la cooperación y el respeto mutuo, pero no siempre este es el origen de dicha formulación.


Antes de dictar una norma tan clara, y conocer sus consecuencias, podemos preguntarnos: ¿por qué pegan los pequeños? No es ningún capricho ni constituye una actitud de egoísmo, como habitualmente se interpreta.


La agresividad para defender "lo suyo"


Partimos de la premisa de que no se debe pegar o empujar, a pesar de que se le haya arrebatado “su” juguete. Esa es la norma socialmente extendida.


Curiosamente, ese juguete sobre el que se ha suscitado la disputa quizá no sea ni siquiera “suyo” en realidad, aunque esa consideración no forma parte de una criatura menor de tres años.


Es necesario saber que para ellos no existe la propiedad privada... Hasta que los adultos se lo enseñemos, “es suyo”. En estas fases iniciales del desarrollo, todo es suyo. Lo tuyo también es suyo.


Esta manifestación infantil responde a la fase egocéntrica correspondiente a la etapa de cero a dos-tres años: “todo es mío”. Es una saludable forma de autoafirmación yoica cuando la frontera “yo-tú” no está plenamente establecida.


Satisfecha esta fase propia de la infancia, y a través de su progresiva maduración, aprenderá a compartir, no por obligación, sino por la simple e inteligente ventaja de compartir.


Desgraciadamente, muchos adultos permanecen en esta fase de por vida. En muchos casos (en otros intervienen otros factores), esta actitud egocéntrica es consecuencia de no haber satisfecho esta fase en la edad madurativa apropiada.


La agresividad como autoafirmación


Diversos autores han investigado la intención agresiva; según sus estudios, responde a dos categorías:


La respuesta de defensa. Cumple la función instintiva de defensa frente a algo o a alguien que se vive como amenazante, y por tanto es una función de autoprotección.

La respuesta de autoafirmación frente al entorno. Este tipo de defensa responde más al tipo ofensivo, destinada a la exploración y afirmación de uno mismo.

Por tanto, podemos afirmar que la agresividad, habitualmente confundida con la destructividad, es una respuesta adaptativa de supervivencia, es decir, instintiva y natural, cuyo objetivo fundamental es tanto la afirmación de uno mismo (defensa del espacio vital) como una posible reacción de ataque contra aquello que amenaza la integridad física o el equilibrio emocional.


Desde la teoría del apego, Peter Fónagy afirma que “no responder a la necesidad de proximidad y seguridad del niño genera ira”. Interesante aportación para tener en cuenta.


La ira no es exclusiva de los pequeños. Los adultos también experimentamos emociones de ira cuando, por ejemplo, “en los miembros de la pareja, los intentos de acercamiento de uno de los miembros hacia el otro son respondidos con un absoluto silencio”.


Las dos caras de la ira: reforzar o debilitar el vínculo


El psicólogo John Bowlby, desde la teoría del apego, realiza una clara distinción entre la ira funcional y la ira disfuncional, que puede ser destructiva.


La ira funcional surge para perseguir el restablecimiento del vínculo. Cuando el niño siente amenazado su vínculo ante la partida de la madre, comienza a llorar hasta que el llanto deriva en "rabieta", que es su único recurso para lograr su regreso y el anhelado restablecimiento del vínculo.

Si se les hace permanecer contra su voluntad durante horas con terceros, puede que se muestren enfadados al retorno de la madre, contra lo esperado por el adulto. La madre puede comprender o molestarse por una bienvenida que no esperaba.

También puede ocurrir que la niña o el niño se muestre muy apegado en el reencuentro y no deje que su madre vuelva a partir.

En ambos casos, está luchando por preservar su seguridad afectiva. Es básico comprender la dinámica interna del niño antes de reaccionar impulsivamente agravando el problema.

Podemos encontrar un paralelismo entre la agresividad natural y la ira funcional: en ambas hay una respuesta adaptativa de protección.


La ira disfuncional se produce siempre que un ser humano, niño o adulto, se muestra enojado de manera tan intensa con otro ser a quien le une un vínculo afectivo que este se debilita en lugar de reforzarse y se produce el alejamiento de esa segunda persona.

En este caso, los pensamientos o actos agresivos trascienden el estrecho existente entre la disuasión y la conducta vengativa. Aquí, la respuesta ya no es adaptativa y es similar a la conducta destructiva.

¿Cómo debemos actuar ante la ira en niños y niñas?


Por tanto, las expresiones de rabia de los pequeños no necesariamente son caprichos o conductas que “no se deben” permitir. Hay que ser cautos y captar las señales que emiten para comprender la emergencia de esa rabia, que tan mal recibida es por el adulto si no entiende su naturaleza.


Recordemos que le sirve al niño como forma de autoafirmación de la vida y de defensa y, por ello, no requiere mucha intervención. Somos los adultos los que debemos recordar, o aprender, que los menores de tres años son básicamente seres emocionales y la sienten de forma intensa.


Abordarla adecuadamente ayuda a que no se convierta en una conducta destructiva. Pero, si se llega a esa situación, también es un niño que sufre y que también espera ser comprendido, no castigado.


Yolanda González

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