Publicado: 28 de Mayo de 2020

No está permitido reír o mostrar alegría. Ergo, la felicidad se convierte en un pecado mortal. 

Tampoco está permitido mostrar desánimo ni venirse abajo. Hay que mantenerse positivos.

En estos tiempos, sea cual sea el punto del espectro emocional en el que nos posicionemos, parece inadecuado. Y no faltan quienes nos lo hacen saber. Personas que se erigen como “jueces de emociones”, una especie de custodios del “buen sentir” durante una pandemia, como si tal cosa existiera.

No existe una respuesta emocional correcta

“Benévola u hostil, la respuesta resultaba siempre desafinada”, escribió Albert Camus en “La peste”, un libro en el que narra una experiencia similar a la que estamos viviendo. El filósofo explicaba que, a pesar de que existía una realidad común a todos, coexistían tantas micro realidades que cada quien “hablaba un lenguaje diferente” y pensaba que su sentimiento era el más importante, válido o urgente.

Afinar las respuestas emocionales siempre ha representado un desafío. Pero cuando el escenario que se abre ante nosotros es caótico e incierto, ese desafío se multiplica. No sabemos muy bien cómo actuar porque perdemos los puntos cardinales que hasta ese momento nos habían servido como referencia. Y, sin embargo, nos vemos obligados a seguir caminando por un terreno desconocido y peligroso en el que muchas de las reglas han cambiado. Eso nos desestabiliza emocionalmente.

Desde el inicio de la crisis hemos estado imbuidos en una especie de montaña rusa emocional. Del miedo pasamos a la tristeza, la vulnerabilidad y la desesperanza. Luego puede llegar la apatía, un mecanismo que nos ayuda a protegernos tomando una distancia psicológica de lo que está ocurriendo. Después nos damos ánimos. Nos esforzamos por apreciar las pequeñas cosas y podemos sentirnos optimistas e incluso felices. Y el ciclo vuelve a empezar. Todo matizado por arranques de ira y una profunda sensación de injusticia.

En medio de esos vaivenes emocionales también hay personas que recurren al humor para lidiar con el drama que estamos viviendo. Y tampoco falta quienes les critican.

Sin embargo, el humor es una herramienta muy poderosa para hacer frente a la adversidad. “El humor no minimiza la importancia de un evento terrible, pero permite al sobreviviente sobrellevar el problema y progresar en su entorno”, como escribió Jacqueline Garrick, una trabajadora social que ha atendido a veteranos de guerra. El humor contribuye a aliviar el dolor y nos permite aliviar el impacto negativo de lo que nos ocurre. Por eso, incluso en las circunstancias más oscuras, hay personas que encuentran refugio en la risa. Y tienen derecho a hacerlo, si es su mecanismo para salvarse de la tragedia.

La imprescindible validación emocional

La situación que estamos viviendo ya es lo suficientemente surrealista y dura de por sí, como para que también nos veamos obligados a imponernos una reacción emocional “correcta”. Cada quien reacciona como buenamente puede. No elegimos nuestras emociones. Solo podemos gestionarlas. 

Nos encantaría poder elegir lo que sentimos. Chasquear los dedos y, de repente, ser mucho más optimistas. U obligarnos a sentirnos tristes cuando lo único que sentimos es una profunda apatía. Pero no podemos. O al menos no tan fácilmente. 

Por eso, podemos opinar sobre comportamientos que nos pueden parecer inadecuados, egoístas, carentes de empatía o francamente dañinos para uno mismo y para los demás, pero no deberíamos opinar sobre las emociones o pretender que los demás sientan lo mismo que nosotros. Aunque todos estamos en medio de una pandemia, confinados en nuestras casas, cada realidad es diferente, por lo que es comprensible que desate reacciones emocionales diferentes. 

Cuando criticamos o juzgamos las emociones ajenas, lo que hacemos es “invalidarlas”. Le estamos diciendo que es incorrecto que se sienta así. Por tanto, esa persona se sentirá inadecuada, sola e incomprendida.

Al contrario, en estos momentos lo que todos necesitamos es validación emocional. La validación emocional implica tomarse en serio las emociones de los demás. No desatenderlas, trivializarlas ni juzgarlas. Implica comprender y asumir que no existen emociones “buenas” o “malas”, “correctas” o “incorrectas”. 

Todas las emociones que experimentamos son válidas y tienen un sentido en la historia de nuestra vida y en el contexto. 

¿Cómo podemos brindar esa validación emocional?

  1. Prestar atención a lo que dice. A veces solo tenemos que salir, aunque sea por unos minutos, de nuestras preocupaciones y manera de ver el mundo, para ponernos en el lugar del otro y escuchar – de verdad – lo que nos dice. Esa escucha activa puede llegar a hacer auténticos milagros ya que facilita la conexión emocional e incluso puede tener un poder terapéutico.
  2. Aceptar la experiencia emocional.Cualquier emoción que esté sintiendo una persona, es una emoción legítima, afincada en su historia de vida y circunstancias. Quizá no compartimos esa emoción, pero podemos llegar a comprender de dónde surge o cuál es su razón de ser.
  3. Mejor compañía que consejos. En estos momentos, la mayoría de las personas solo necesita saber que cuenta con alguien más, que tiene un hombro amigo en el cual apoyarse, aunque sea en la distancia. Dar consejos, cuando esa persona no los ha pedido, puede ser invalidante pues parte del supuesto de que no es capaz de gestionar sus emociones. Por eso, es mejor acompañar sin invadir.

Una de las razones por las que nos cuesta tanto validar las emociones de los demás es la ansiedad por ayudarle a sentirse mejor y, de paso, sentirnos mejor nosotros. Nos cuesta mucho hacer espacio a las emociones, sobre todo cuando son dolorosas o displacenteras, o no coinciden con las nuestras. 

En estos tiempos, se supone que todos debemos remar en la misma barca para salvarnos. Y es así, pero no es necesario que todas las personas que van en esa barca sacrifiquen su identidad. Como advirtiera Camus, luchar contra la epidemia no puede reducirse a renunciar en lo que hay de nosotros de más personal para colectivizar un sentir general, por decreto.

De hecho, esa diversidad emocional es lo que nos enriquece y lo que nos permite seguir adelante a pesar de todo. Aunque no lo parezca, el miedo nos ayuda a protegernos, la alegría nos motiva y la tristeza nos une. 

Todas las emociones son válidas y todas tienen su razón de ser. Todas tienen un mensaje que trasmitir y todas son útiles. Por tanto, no dejes que nadie juzgue tus emociones y mucho menos te diga cómo debes sentirte. Nadie tiene derecho a convertirse en “juez emocional”. Mucho menos ahora.

Jennifer Delgado Suárez 


Enlace: https://rinconpsicologia.com/jueces-emociones-nadie-te-diga-como-sentirte/


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