Publicado: 24 de Julio de 2022

Ha llamado mi atención últimamente que algunos pacientes me planteen motivos de consulta como: “quiero que no me importen los otros, no quiero necesitar a nadie más”.


Indagando más sobre sus motivos de consulta, he notado que tienen la expectativa de que una persona sana puede resolver momentos difíciles y avanzar completamente sola. Cuando les he preguntado dónde aprendieron esto, me han respondido que es frecuente ver contenido en las redes sociales (cuentas de autoayuda) con mensajes que transmiten el valor de la autosuficiencia, posicionándolo como la cúspide de la salud mental y la fortaleza interior (y atribuyendo la búsqueda de ayuda y/o compañía a ser frágiles).


Veo con preocupación que algunos han intentado construir su autoimagen intentando alcanzar este ideal social de la autosuficiencia, pero... ¿Qué tan saludable es seguir ese camino? ¿Qué sabemos de la dependencia emocional?


El mito de la completa autosuficiencia en lo emocional


A finales de los años sesenta, John Bowlby presentó la Teoría del Apego, teoría que sostiene que el desarrollo cerebral depende mayoritariamente de la estimulación de los cuidadores en la primera infancia.


El apego es una característica propia de los mamíferos y, como mostró Bowlby, desde un marco evolutivo, el Sistema de Apego tiene como propósito garantizar la creación de lazos afectivos en las crías humanas, para que estas cuenten con una figura protectora que garantice su cuidado y seguridad, y así lograr sobrevivir.


Es un sistema neurofisiológico (podríamos decir que viene “cableado en nuestro cerebro”) que nos programa desde que nacemos para elegir a una persona en particular de nuestro entorno, y convertirla en alguien valioso, a través de un vínculo de dependencia.


Las claves del apego


Las interacciones sostenidas con esta persona (figura primaria de apego) construyen un tipo de comunicación afectiva única, que crea estados mentales compartidos que permiten modular nuestros procesos fisiológicos (por ejemplo, hambre, sueño) y emocionales (por ejemplo, miedo, frustración). Esto último es lo que conocemos como regulación emocional.


No nacemos sabiendo cómo calmarnos a nosotros mismos, por lo que se necesita un otro que ayude a volver a la calma desde el contacto afectivo (por esto un bebé cuenta con señales -como el llanto- para que el adulto acuda a ayudarle). Cuando esto falla, es cuando se producen heridas de apego y la desregulación emocional.


Dependencia emocional y biología


De eso se trata el apego en la infancia: a través de la experiencia aprendemos con quiénes contamos, y cuál va a ser la respuesta de esas personas; podemos aprender a recurrir, y también aprender a no recurrir.


Por la eficiencia de nuestra energía mental, tendemos a generalizar este aprendizaje, construyendo creencias acerca del mundo, de nosotros mismos y de los otros: cuán seguros nos sentimos en el mundo, cuán confiables son los demás, cuánto podemos contar con un otro, cuánto lo merecemos, etc. A este conjunto de creencias se lo llama Modelo Operativo Interno. Este modelo, derivado del Sistema de Apego, tiende a mantenerse estable en el tiempo, por lo que según cómo nos hayamos relacionado con nuestra figura de apego en la infancia, nos relacionaremos con las personas que elijamos para vincularnos en la adultez.


La importancia de vincularse en sana-dependencia


En la infancia, cuando nos apegamos a alguien, y este responde a nuestras necesidades, contamos con una base segura. En los momentos tranquilos, esta base segura es una plataforma que nos permite aventurarnos a explorar. En la adultez, esto se manifiesta cuando sabemos que contamos con personas que van a estar ahí, a las que podemos recurrir si algo sale mal.


De hecho, la Paradoja de la Dependencia nos dice que cuando dependemos sanamente, tenemos mayor capacidad de ser autónomos; saber que contamos con otro en caso de necesitarlo, nos otorga el coraje y el impulso para tomar riesgos o emprender proyectos.


Al contrario de como dicen muchas cuentas de autoayuda y/o salud mental en las redes sociales, depender es saludable, es deseable. No somos autosuficientes, ni de niños, ni de adultos. La dependencia cambia a lo largo del ciclo vital, pero no evoluciona, siempre vamos a depender de otros. La diferencia de la adultez con la infancia, es que la dependencia (el vínculo) no es vertical, sino horizontal.


La dependencia se vuelve insana cuando se perpetúa la verticalidad propia de los vínculos tempranos. La dependencia mutua y horizontal es sana, y es requisito para construir un vínculo seguro. Las personas que no están dispuestas a depender de otro, no podrán construir vínculos saludables.


En el campo de la neurobiología del apego humano, existen investigaciones que han concluido que el apego está respaldado por sistemas neurobiológicos que se forman en nuestros vínculos tempranos con los cuidadores principales (Ruth Feldman). Cuando crecemos, operan los mismos sistemas neurobiológicos (se reactiva el Sistema de Apego) y esto será el sustento de los enlaces humanos futuros (amistades, relaciones de pareja, etc).


Los vínculos que experimentamos durante nuestra vida son transformadores, y cuando son saludables, tienen el potencial de reparar el daño de aquellas relaciones negativas que hemos tenido, y el daño producido por el aislamiento social.


Teniendo en cuenta lo anterior, lo que vemos en algunas cuentas de redes sociales que promueven la autosuficiencia para alcanzar buena salud mental, es una ilusión, y una muy dañina, porque no nos permite vincularnos y nos impone la carga de tener que salir adelante nosotros solos. Esto nos conducirá inevitablemente por un camino de frustración constante, ya que, por más que queramos y nos esforcemos por salir de todo solos, estamos programados neurobiológicamente para desarrollarnos junto a otros significativos, y allí encontrar parte de la regulación emocional que en tantas ocasiones, necesitamos.


Rosario Ugarte Pérez

Enlace: https://psicologiaymente.com/social/dependencia-emocional-que-sabemos-desde-neurobiologia

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