Publicado: 11 de Mayo de 2020

Lo improbable nos ha golpeado. De repente, como suele pasar, dejándonos una sensación de incredulidad con la que batallamos para intentar encontrarle un sentido a lo que nos está pasando, para intentar encajar esta nueva normalidad que de normalidad tiene bien poco.

La incertidumbre se ha convertido en el leitmotiv de esta pandemia. Ha hecho temblar unos cimientos que dábamos por sólidos, precipitándonos a escenarios que no conocíamos. Sin embargo, no somos los únicos que hemos vivido una pandemia y un confinamiento estricto. La historia está llena de plagas y pestes. Y esos ecos del pasado pueden ayudarnos a comprender mejor lo que nos está pasando, las reacciones emocionales que estamos teniendo y lo que vendrá.  

¿Quién rompió las rejas de Montelupo? – Carlo M. Cipolla


Montelupo es un pueblo pequeño a orillas del Arno, en la plácida Toscana, que a inicios del siglo XVII estaba habitado por unas 150 familias. Aquella placidez se vería interrumpida por la irrupción de la peste. Mientras el historiador Carlo M. Cipolla nos introduce en la vida cotidianade un pueblo azotado por la terrible epidemia, también nos va presentando las contradicciones sociales y decisiones existenciales de sus habitantes.

A través de sus páginas podemos ensimismarnos en la terrible realidad que impuso la peste bubónica, pero no existe un regodeo en el drama y la tragedia, sino que nos damos cuenta de que la epidemia, por terrible que es, termina siendo asumida con naturalidad. La fuerza de la costumbre, esa necesidad de normalidad, termina por ganarle la batalla al miedo a la muerte. De hecho, la ruptura de las rejas es la expresión de la rebeldía ante el miedo que implicaba el aislamiento. Entre una mala vida por el hermetismo represivo y ruinoso desde el punto de vista económico y la amenaza de la muerte, muchos de los habitantes de Montelupo elegían la libertad, aunque fuera libertad para morir. Vitalismo en estado puro.

Pero esa no es la única decisión que nos anima a reflexionar. El libro también se articula entre las posturas diferentes que asumen la iglesia y las autoridades sanitarias. Mientras Dragoni, el representante del poder político, se preocupa por aplicar medidas de prevención como la cuarentana en casa, la desinfección y los entierros fuera de la iglesia, el párroco Bontadi aboga por procesiones, sermones y manifestaciones corales de todo tipo para según él, aplacar la ira divina que envió la peste. 

Aunque aparentemente muy diferentes, ambas posturas tienen un punto común: inculcar el miedo al que parecían inmunes los montelupinos. La Iglesia intenta capitalizar el miedo a la muerte pintando un cuadro fatalista de amenazas y castigos divinos mientras el estado hace leva en el aspecto más mundano del miedo a enfermar y a dejar de existir o perder a los seres queridos. Y en medio de esos dos poderes se encuentran las personas que intentan deshacerse de las rejas físicas y metafísicas que unos y otros les intentan imponer.

Miedo líquido – Zygmunt Bauman

“Para impedir una catástrofe, antes hay que creer en su posibilidad. Hay que creer que lo imposible es posible. Que lo posible siempre acecha. Incansable, en el interior del caparazón protector de la imposibilidad, esperando para irrumpir. Ningún peligro es tan siniestro y ninguna catástrofe golpea tan fuerte como las que se consideran una probabilidad ínfima; concebirlas como improbables o ignorarlas por completo es la excusa con la que no se hace nada para evitarlas antes de que alcancen el punto a partir del lo improbable se vuelve realidad y, de repente, es ya demasiado tarde para atenuar su impacto, y aún más para conjurar su aparición. Y sin embargo, eso es precisamente lo que estamos haciendo, o mejor dicho ‘no haciendo’, a diario, irreflexivamente”, escribió el sociólogo Zygmunt Bauman en este libro.

Estas páginas contienen un análisis lúcido, y muchas veces descarnado, de la sociedad contemporánea y sus miedos. Nos va revelando, paso a paso, no solo la dinámica de los temores que nos atenazan sino también cómo los poderes los capitalizan para ampliar su control sobre la sociedad. El miedo al que se refiere Bauman comprende la incertidumbre que caracteriza a nuestra moderna era líquida. Es un temor a las amenazas que se ciernen sobre nosotros, ya sea el terrorismo o el coronavirus, amplificado por nuestra incapacidad para determinar qué podemos hacer (y qué no) para contrarrestar esos peligros.

Su premisa es más vigente que nunca: “Vivir en un mundo líquido del que se sabe que sólo admite una única certeza (la de que mañana no puede ser, no debe ser y no será como es hoy)”. Esa premisa desasosiega precisamente porque encuentra un eco en nuestra realidad, porque hoy, más que nunca, sabemos que el mañana no será como lo que dejamos atrás.

Su libro es, quizá, el más premonitorio porque nos permite intuir el mundo después del coronavirus. Para ello, basta trasladarse de la mano de Bauman a las grandes inundaciones que asolaron Nueva Órleans cuando el huracán Katrina. Entonces podemos realizar un paralelismo con la pandemia, podemos mirarnos en ese espejo para comprender cómo se produce la implosión de una sociedad, cómo las normas y los valores que hasta hace unos días todos dábamos por sentado se revelan excesivamente frágiles.

La peste – Albert Camus

Orán. Una ciudad como otra cualquiera. Habitada por personas comunes y corrientes que llevan una vida frenética en la que no había espacio para reconocer la existencia ajena. Imbuidos en sus propias vidas, sus habitantes carecían de un sentido de la comunidad. Eran personas que escatimaban horas al sueño para acumular bienes. “La prosperidad material siempre parece una meta más razonable que la búsqueda de la excelencia moral”, apuntó Camus. 

Y mientras nos describe una normalidad con la que todos podríamos identificarnos, de repente irrumpe una enfermedad que nadie quiere llamar por su nombre, porque hacerlo implicaría reconocer una realidad terrible. Los primeros días y semanas pasan en el ocultismo, la negación de los hechos. “El hombre se dice que la plaga es irreal, que es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño, son los hombres los que pasan”. Porque, como apunta Camus, “el mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia”.

Entonces, cuando el problema ya no se puede esconder, la plaga explota cobrándose su cuota de dolor y muerte. “Una vez cerradas las puertas se dieron cuenta de que estaban cogidos en la misma red y que había que arreglárselas”. Aislados “del mundo exterior que siempre puede salvarnos de todo”, los habitantes de Orán se ven obligados a cooperar. 

Camus capta magistralmente todas las fases psicológicas por las que pasamos a lo largo de una epidemia y un aislamiento severo. El miedo, la lucha, el dolor, la apatía y también la resignación. Porque incluso el mayor peligro, cuando es sistemático, no solo produce horror sino también tedio. Y Camus nos lleva de la mano por todas esas emociones que muchos de nosotros hoy ya conocemos. Nos pone frente a frente con lo absurdo, ilógico y frágil de la vida. Con los pequeños actos de heroísmo, pero también con aquellos de indolencia. Con la nueva normalidad a la que terminamos acostumbrándonos. Una normalidad en la que perdura una esperanza tan tibia como insuficiente y solo nos mueve la profunda obstinación de vivir. 

Y sin embargo, Camus, desde su profundo humanismo y despojado de todo cinismo, no critica a sus protagonistas, no hay rastro de juicio en él, porque cree que, en el fondo, “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Y así, de alguna forma, logra enviarnos un mensaje de esperanza para que recordemos que en esos momentos solo puede aliviarnos la ternura, el afecto y el apoyo de otros seres humanos, aunque sepamos que cada minuto que pasa podría ser un paso hacia el abismo.

Jennifer Delgado Suárez 

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