Publicado: 22 de Julio de 2021

Practicar la moderación es, probablemente, una de las cosas más difíciles en un mundo que nos empuja a los extremos y nos anima a anestesiar los sentidos con una corriente incesante de estímulos. Sin embargo, para filósofos como Aristóteles, la virtud de la moderación era una piedra angular para vivir de manera equilibrada y feliz. Sin la moderación nos convertimos en hojas movidas por el viento que oscilan del exceso al defecto, sin encontrar la paz interior que ofrece el punto medio.


¿Por qué nos resulta tan difícil ser moderados?


La respuesta – o al menos parte de ella – se remonta a nuestros ancestros. Nuestros antepasados eran más propensos a lo que hoy consideraríamos excesos porque vivían en unas condiciones particularmente difíciles. Por ejemplo, debían emplear todos sus recursos y energía para cazar o recorrer largas distancias, de manera que luego tenían que descansar durante periodos de tiempo más largos para reponer esa energía. Eso les llevaba a alternar fases de hiperactividad con inactividad. Algo similar ocurría con la comida.


A pesar de que esos tiempos han quedado atrás, nuestro cerebro sigue marcado por aquellas necesidades primigenias, de manera que solemos atiborrarnos de nuestra comida preferida para luego hacer una dieta férrea. Así oscilamos entre los extremos, sin alcanzar la moderación.


La sociedad moderna también nos impulsa a oscilar entre los extremos, pecando por defecto o exceso, porque todo está configurado en términos de opuestos. El concepto de familia es un ejemplo de esa falta de moderación. Hace décadas, la familia era un concepto sagrado e inviolable, en la que el matrimonio era un vínculo imprescindible e indisoluble. En cambio, ahora predominan las relaciones líquidas en las que las personas van de una relación a otra sin sentirse completamente plenas y satisfechas.


Lo mismo ocurre en las relaciones entre padres e hijos. Hace décadas los padres ejercían un férreo control sobre la vida de sus hijos cayendo en el autoritarismo. En la actualidad muchos niños tienen problemas de comportamiento porque muchos padres han desarrollado un estilo educativo demasiado permisivo en el que les consienten todos sus caprichos sin establecer los límites necesarios para un desarrollo equilibrado de la personalidad. De esta manera, la moderación es una virtud cada vez más rara.


Mesòtes, la práctica de la moderación


En la Grecia antigua la moderación era un valor muy preciado. De hecho, en el Templo de Apolo en Delfos se encuentran dos frases, una de ellas muy famosa y la otra completamente olvidada. “Gnóthi seautón”, que significa «conócete a ti mismo» y “Medèn ágan”, que implica “nada en exceso”. Esta última apunta a la moderación de los sentidos, las acciones y las palabras.


En realidad, ambos aforismos están relacionaos porque solo un profundo autoconocimiento puede indicarnos hasta dónde somos capaces de llegar y saber cuándo es el momento de detenernos para no excedernos. Por eso, Aristóteles hablaba a menudo a sus discípulos del “mesòtes” o justo punto medio, que también mencionó en su tratado “Ética a Nicómaco”.


Para Aristóteles, nada era bueno o malo en un sentido absoluto, sino que dependía de la dosis. Por ejemplo, tener muy poco coraje conduce a desarrollar una personalidad pusilánime, pero tener un exceso de coraje conduce a la temeridad. Al practicar la moderación encontramos el valor para hacer las cosas que valen la pena y la sensatez para no exponernos a riesgos innecesarios.


Sin embargo, no nos damos cuenta de que muchas de las cosas que nos empeñamos en eliminar de nuestra vida porque pensamos que son malas, en realidad son mucho menos dañinas de lo que creemos. El problema no son esas cosas, sino su exceso o su defecto.


A menudo la abstinencia de algo provoca el efecto opuesto haciendo que gravitemos hacia lo prohibido. Es un fenómeno similar al “efecto rebote”, según el cual, cuanto más intentemos evitar pensar en algo, más se activará ese contenido en nuestra mente. Así, cuanto más nos privemos de los dulces, más ganas de comerlos tendremos. Los defectos conducen a excesos. Y viceversa. Así terminamos excluyendo la moderación.


Para comprender la relación entre los excesos y defectos podemos pensar en nuestra vida como en un balancín. Cuando ponemos demasiado peso de un lado porque nos excedemos, el otro lado se mueve en la dirección contraria y nos arrastra aún más. O estamos arriba o abajo, pasando de puntillas por el punto medio.


Para practicar la moderación debemos dejar de pensar en términos de todo o nada, blanco o negro, bueno o malo. La clave radica en permitirnos todo, en su justa medida. Y conocernos lo suficiente como para detenernos antes de exceder nuestros límites.


Jennifer Delgado Suárez

Enlace: https://rinconpsicologia.com/practicar-moderacion-aristoteles/

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