Publicado: 12 de Abril de 2021

Como padres, tenemos que enseñar a canalizar el impulso agresivo natural de nuestros pequeños. Las pautas familiares se perpetúan en los niños


Los seres humanos somos iguales a la hora de tener emociones: poseemos las mismas y son motor para la acción. Rabia, miedo, asco, tristeza, sorpresa y alegría, las más básicas, tienen como objeto defender nuestra supervivencia como individuos -para protegernos como especie tenemos emociones sociales como el amor que nos unen-. La rabia, originada en nuestro cerebro primario, genera una energía en el organismo que nos ayuda a posicionarnos. Es necesaria.


Sin embargo, los seres humanos somos muy diferentes a la hora de canalizar y manejar la ira. A los impulsivos la rabia les domina. Los aplacadores prefieren ocultar su enfado hasta que un día estallan. Los sarcásticos aprovechan cualquier oportunidad para lanzar flechas envenenadas. Los inteligentes reconocen la emoción y se autoafirman. ¿Recuerda el día en el que su hija de tres años llegó con la cara cruzada por un arañazo que le propinó su vecinito de la misma edad? ¿Cuál de éstas fue su respuesta? Como padres tenemos que enseñar a canalizar el impulso agresivo natural de nuestros hijos. Esto nos obliga a plantearnos cómo gestionamos nosotros mismos este sentimiento porque las pautas familiares tienden a perpetuarse en los niños. Nadie puede enseñar lo que no sabe, ¿verdad?


Durante los primeros años de vida, todos los niños expresan su rabia innata de manera física, todavía no poseen la herramienta de la palabra. La frustración se demuestra lanzando objetos, pegando o mordiendo. Poco a poco aprenden a decir "no", "dámelo" o "es mío", en vez de recurrir a las manos. También se ejercitan para saber dónde están los límites. Jaime, de dos años, pega a su madre cuando se enfada seguido de un "tonta". Ella, paciente, le dice: "No". Él lo vuelve a intentar pero se para antes del siguiente tortazo y repite "no". Acaba de aprender hasta dónde puede llegar. En general, los niños que juegan juntos se pueden pelear cada seis o siete minutos pero a los 30 segundos vuelven a reanudar el juego sin resentimiento alguno.


Niños pequeños


La mayor parte de los progenitores reacciona intentando que se tranquilicen. Les dicen que no pasa nada, ya está, haced las paces, que se porten bien, etc. Podemos enseñar a los chiquitines para que muestren el enfado de manera aceptable: llorar, estar de mal humor, dar golpes a una almohada, poner mala cara, retirarse a un lado está permitido para mostrar su desacuerdo. Romper cosas, insultar, pegar o escupir no se puede tolerar. Una posible respuesta sería: "No me parece bien que pegues y quiero que pares, aun así me gustaría saber por qué te has enfadado tanto". Hemos de darles alternativas. Si su hijo muerde, no basta con decir no lo hagas, es importante indicarle cómo podría expresar su enfado de otra manera: "No puedes lanzar las piezas de Lego por el salón, porque alguien puede hacerse daño, pero sí puedes tirar estos cojines". La coherencia es fundamental, tiene que haber una línea de aprendizaje y no darle cada día una instrucción diferente en función del estado de ánimo de los padres y no de la conducta. Si el niño no sabe a qué atenerse, a la larga, se sentirá inútil e impotente. También es recomendable ser congruentes, si no queremos que pegue no podemos pegarles a ellos; es mejor predicar con el ejemplo. Ayúdele a pedir perdón para que aprenda que puede hacer daño y desarrolle su natural empatía. Hemos de mostrarles las consecuencias lógicas de sus actos. Por ejemplo: "Si pegas a tus amigos, no querrán estar contigo". De nada sirve un castigo como llevarle a casa. Tan pequeño, no puede asociar la corrección como consecuencia de su conducta. Es conveniente que tenga un lugar para desfogarse, podríamos llamarle el sitio del enfado, donde pueda expresar su malestar. La actividad física es fundamental.


Mayores de cuatro años


A partir de los cuatro o cinco añosya saben autorregularse y necesitan mostrar su ira de forma positiva. Sin embargo, puede haber momentos donde los niños vuelvan a pegar, muchas veces porque miden sus propias fuerzas con sus iguales, porque expresan su malestar ante situaciones que no saben manejar como retos del colegio, enfermedades, separaciones o activan conductas agresivas observadas en casa a través de padres, hermanos o videojuegos. En estas edades pegar ya no es cosa de niños sino que han de aprender inteligencia emocional y a autorregular su ira. Edúqueles en este sentido y no olvide tener mano izquierda porque seguirán su ejemplo.


Decálogo para afrontar la agresividad de sus hijos


Reconozca su enfado

Escuche lo que dice su hijo

Intente que se ponga en el lugar del otro

Puede expresar sus necesidades de manera pausada

Enséñele a distraerse para no seguir con sus pesamientos hostiles

No deje que encuentre razones que justifique su ataque

Trate de relajarle, la respiración en el abdomen ayuda a ello o contar de 10 a uno

Puede descargar por vías saludables su enfado como con el deporte

Fomente las actitudes de perdón

Evite culpabilizar


Ulises Culero

Enlace: https://www.elmundo.es/vida-sana/familia-y-co/2016/12/07/58413778ca4741116d8b45ce.html

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