Publicado: 13 de Mayo de 2020

Aplausos van y aplausos vienen. La capa de Superman deja espacio a los asépticos equipos de protección personal y el martillo de Thor transmuta en estetoscopio. Los sanitarios se han convertido en los nuevos héroes de nuestra sociedad. Para bien y para mal. Con todas las consecuencias que ello conlleva.

Las palabras conforman nuestro mundo

Las palabras, lo queramos o no, dan sentido a nuestro mundo. Las palabras nos ayudan a construir la narrativa alrededor de la cual gira nuestra vida y, por supuesto, la vida social. Las palabras nos ayudan a construir y destruir. Nos enriquecen o nos limitan. 

Esa es la razón por la que la Policía del Pensamiento de la sociedad distópica que imaginó George Orwell en su libro “1984” perseguía con peculiar ahínco las palabras y vigilaba con esmero el buen uso de la neolengua, cuya “finalidad era limitar el alcance del pensamiento y estrechar el radio de acción de la mente”.

Su libro, bien lo saben algunos, está lejos de ser una obra de ciencia ficción. En la antigua URSS se llamaban “héroes del trabajo” a quienes mostraban una especial dedicación o productividad en su trabajo. Encumbrar al nivel de héroes a aquellas personas no tenía como objetivos aumentarles la autoestima sino motivarlas a trabajar aún más y, con suerte, animar a otros para que siguieran su ejemplo, porque la entrega absoluta a la sociedad era lo único importante y prioritario. La máxima era borrar todo rastro de individualidad.

Por eso – y por muchas otras razones – debemos tener cuidado con las palabras que utilizamos. Porque “de la mala o inepta constitución de las palabras surge una portentosa obstrucción de la mente”, como dijera Francis Bacon. Y por eso aplicar la palabra héroe a los sanitarios puede convertirse en una peligrosa espada de Damocles que pende amenazante sobre sus cabezas. 

¿Por qué no deberíamos pedir a los sanitarios que sean héroes?

En el imaginario popular, el arquetipo del héroe se refiere a la persona que sobresale por haber realizado hazañas extraordinarias que requieren una gran dosis de valor. El héroe no solo demuestra un gran coraje, sino que a menudo se sacrifica por los demás sin esperar recompensa alguna. 

Sin embargo, en una nación preparada, que tiene claras sus prioridades y protege a sus trabajadores, los médicos no deberían verse obligados a realizar acciones “heroicas”. No deberían verse obligados a exponerse al contagio por la falta de equipamiento de protección. No deberían verse obligados a trabajar con bolsas de plástico atadas a la cabeza y el cuerpo. No deberían verse obligados a hacer guardias interminables en condiciones extremas que los hacen más propensos a cometer errores. No deberían verse obligados, en fin, a asumir el papel de héroes que les hemos impuesto. Y, por supuesto, no deberían morir por todo eso.

Llamarles héroes, aunque nos parezca un reconocimiento, también encierra un lado negativo. Esa palabra puede hundirles bajo su peso. Puede hacer que eleven el nivel de autoexigencia hasta límites sobrehumanos. Les añade estrés. Y suma una enorme frustración cuando no pueden salvar vidas. 

Llamarles héroes implica poner toda la responsabilidad sobre sus hombros mientras esperamos que nos rescaten. Implica pedirles que se inmolen por nosotros. Y todo eso agrava el daño emocional que ya están sufriendo. Por eso, en el fondo, les hacemos un flaco favor convirtiéndolos en nuestros héroes.

De hecho, la mayoría de los sanitarios no se consideran héroes. Más bien al contrario. Y no se trata de un exceso de humildad, sino de sentido común. Solo quieren hacer su trabajo con profesionalidad, sin heroicidades. Y aunque muchos aceptan de buen grado los aplausos en los balcones, un momento que nos une como sociedad y nos da ánimos para seguir adelante, la mayoría quiere que comprendamos que esos aplausos son una trampa en la que hemos caído – o por la que nos hemos deslizado de manera más o menos inconsciente. 

La trampa que se esconde tras la heroicidad

Los aplausos y todo el discurso heroico que se ha construido a su alrededor es una trampa, la trampa de convertir a un colectivo que está siendo víctima de una injusticia tremenda en héroes de la sociedad. Y se trata de un truco tan viejo como el poder: llenarnos los ojos de lágrimas para que inunden el cerebro. Aplaudir emocionados para no pensar en por qué tenemos que aplaudir. Y así, mientras ensalzamos su labor, les condenamos a soportar un peso adicional. 

Mientras las fotos de los aplausos colman las portadas, se sigue cerrando los ojos ante las condiciones de trabajo y de vida de muchos de esos sanitarios que se ven obligados a encadenar un contrato precario tras otro, con la inestabilidad laboral pegada a los talones. Héroes de usar y tirar, que ahora mismo ya están siendo despedidos y relegados cada vez más a la cola de la importancia social, en una sociedad con la memoria demasiado corta que no se detiene mucho a reflexionar.

Por eso, hay cada vez más sanitarios alzan la voz, porque no se consideran héroes ni mártires, sino víctimas de un sistema que les pone en la difícil tesitura de exponer sus vidas para salvar otras. Nuestros sanitarios son personas a las que han mandado a una guerra sin fusil, a pecho descubierto. Personas que reconocen haber visto “cosas que me han dejado en shock, que jamás quiero volver a ver, grabadas en mi retina; he visto tomar decisiones que jamás deberían tomarse y por primera vez en toda mi carrera he salido llorando de impotencia”, como contaba una enfermera.

Personas que están teniendo pesadillas con lo que están viviendo y que incluso se plantean dejar el trabajo cuando todo termine. Personas que no pueden encontrar refugio en su hogar. Que no pueden abrazar a sus hijos cuando llegan a casa y a veces incluso tienen que soportar los ataques y humillaciones de quienes les consideran “apestados”. Y esas personas no quieren aplausos, solo quieren que les escuchemos. Quieren que cuando dejemos de aplaudir, nos unamos para cambiar un sistema que los ha ninguneado y convertido en víctimas.

Aunque quizá, eso es mucho pedir. Porque nosotros tampoco somos héroes. Pero juntos, si quisiéramos, podríamos darles el lugar que merecen en nuestra sociedad.

Jennifer Delgado Suárez 

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Imagen: Adobe Spark Post