Publicado: 15 de Enero de 2021

“El que no puede controlarse a sí mismo, debe obedecer”, escribió Nietzsche. Y añadió “Hay quien sabe mandarse, pero está muy lejos de saber obedecerse”. El autocontrol, el dominio de uno mismo, es lo que nos permite tomar las riendas de nuestra vida. Sin autocontrol somos especialmente vulnerables a dos mecanismos de manipulación y dominación: uno ocurre por debajo del umbral de nuestra conciencia y el otro es más explícito.


Quien te enfada, te controla


El autocontrol es lo que nos permite responder en vez de reaccionar. Cuando somos capaces de dominar nuestros pensamientos y emociones, podemos decidir cómo responder ante las circunstancias. Podemos decidir si vale la pena pelear determinada batalla o si, al contrario, es mejor dejarlo ir.


Cuando no somos capaces de controlar nuestras emociones e impulsos, nos limitamos a reaccionar. Sin el autocontrol no existe la pausa necesaria para reflexionar y buscar la mejor solución. Simplemente nos dejamos llevar. Y a menudo eso implica que alguien nos manipulará.


De hecho, las emociones son estados muy poderosos que dinamizan nuestra conducta. La ira, en particular, es la emoción que más nos empuja a actuar y que menos margen para la reflexión nos deja. La ciencia ha desvelado que la ira es la emoción que más rápido y con mayor precisión identificamos en los rostros de los demás. También ha revelado que la ira cambia nuestras percepciones, influye en nuestras decisiones y guía nuestro comportamiento extendiéndose más allá de la situación que la originó.


A raíz de los ataques del 11 de septiembre, por ejemplo, cuando investigadores de la Carnegie Mellon University indujeron experimentalmente un estado de ira en las personas, notaron que el enfado no solo influyó en su percepción de riesgo sobre el terrorismo, sino también en sus percepciones sobre eventos cotidianos como contraer la gripe y sus preferencias políticas.


Cuando estamos enfadados nuestras respuestas son previsibles, de manera que no es casual que gran parte de la manipulación social a la que nos vemos sometidos se base en generar emociones como la ira y los estados que a menudo la acompañan, como la indignación y la rabia. De hecho, los contenidos con mayor potencial para volverse virales en Internet son aquellos que generan ira e indignación. Investigadores de la Universidad de Beihang comprobaron que la rabia era la emoción que más se propagaba a través de las redes sociales y poseía un efecto dominó que podía desencadenar publicaciones iracundas hasta tres grados de separación del mensaje original.


Sin embargo, cuando reaccionamos movidos exclusivamente por la ira u otras emociones, sin haberlas pasado por el tamiz del autocontrol, somos más sugestionables y más fáciles de manipular. Por supuesto, ese mecanismo de control suele producirse por debajo de nuestro radar, por lo que generalmente no nos damos cuenta de su existencia. Para desactivarlo bastaría detenernos un segundo antes de reaccionar para recuperar el control al que hacía referencia Nietzsche.


Si no tienes claro tu camino, alguien lo marcará por ti


“No todos quieren llevar el fardo de lo que no está mandado; pero hacen lo más difícil cuando tú se lo mandas”, apuntaba Nietzsche refiriéndose a la tendencia bastante extendida a huir de nuestras responsabilidades y dejar que otros decidan por nosotros.


Desarrollar el autocontrol también implica reconocer que somos responsables de nuestros actos. Sin embargo, cuando las personas no están dispuestas a asumir tal responsabilidad, prefieren dejarla en manos de los demás, de forma que sean ellos quienes decidan en su lugar.


El juicio que comenzó el 11 de abril de 1961 en Jerusalén contra Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS nazis y principal responsable de las deportaciones masivas que acabaron con la vida de más de 6 millones de judíos, es una muestra extrema de la abdicación del control.


Hannah Arendt, filósofa judía nacida en Alemania que había huido a Estados Unidos, escribió cuando se encontró cara a cara con Eichmann: “a pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquiera podía darse cuenta de que aquel hombre no era un monstruo […] Únicamente la pura y simple irreflexión […] fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo […] No era estupidez, sino una curiosa, y verdaderamente auténtica, incapacidad para pensar”.


Aquel hombre se consideraba una “simple ruedecilla de la maquinaria administrativa”. Había dejado que otros decidieran en su lugar, lo controlaran y le dijeran qué debía hacer. Arendt se dio cuenta de ello. Comprendió que las personas completamente normales pueden llegar a cometer actos atroces cuando dejan que los demás decidan en su lugar.


Quienes escapan de sus responsabilidades y no quieren tomar las riendas de su vida, dejarán que otros asuman esa tarea. A fin de cuentas, si las cosas van mal, es más fácil culpar a los demás y buscar chivos expiatorios que hacer un examen de conciencia, entonar el mea culpa y esforzarse por enderezar entuertos.


El concepto del Übermensch de Nietszche va en la dirección contraria. Su ideal de superhombre dibuja a una persona que no responde ante nadie más que sí mismo. Una persona que decide siguiendo su sistema de valores, tiene una voluntad férrea y, sobre todo, asume la responsabilidad porsu vida. Ese hombre autodeterminado no se deja manipular por las fuerzas externas y mucho menos permite que los demás le digan cómo debe vivir.


Sin embargo, quienes no hayan desarrollado un locus de control interno y no tengan la suficiente fuerza de voluntad necesitarán normas y reglas claras que provengan de fuera y les ayuden a encauzar su vida. Entonces los valores externos ocupan el lugar de los valores propios. Las decisiones de los demás guían sus decisiones. Y terminan viviendo la vida que alguien más ha perfilado para ellos.


Jennifer Delgado Suárez

Enlace: https://rinconpsicologia.com/dominio-de-uno-mismo/

Imagen: Adobe Spark Post