Publicado: 10 de Marzo de 2023

Las nuevas plataformas digitales y las relaciones interpersonales que se dan a través de ellas han puesto de relieve la realidad de que cada vez nos relacionamos de forma más desafectivizada. Actuar con “responsabilidad afectiva” va justo de lo contrario e implica: tomar conciencia cabal de que la forma en que te comportas o aquello que dices tiene impacto en la vida o en el mundo emocional de los demás.


Qué es la responsabilidad afectiva


El concepto de “responsabilidad afectiva” comenzó a gestarse en las comunidades de “amor libre” durante la década de los 80, al darse por sentado que en aquellas relaciones los sentimientos del otro nos importaban.


Noelia Benedetto, Psicóloga feminista con perspectiva de género, apunta a que el surgimiento de este concepto vino a cuestionar fuertemente este mensaje y a decir que puede ser que las relaciones que establezcas con otra persona sean de naturaleza fugaz, casual o efímera pero que esto no obvia en ningún caso que se deba respetar.


Parece que en la sociedad actual se extiende cada vez más la idea de que si no es un “vínculo romántico o profundo” el otro debe serte indiferente. Pues bien, Tamara Tenembaum (2021), filósofa y autora de El fin del amor: Amar y follar en el siglo XXI, plantea que hay algo poco moral en tratar a la gente como si no importara.


Porque los afectos están presentes no sólo cuando la naturaleza de la relación es “a largo plazo”, “romántica”, “monógama” o “fiel” sino que tenemos que plantearnos que, de entrada, resulta completamente utópico hablar de un vínculo que no sea afectivo, aunque sólo tengas una relación sexual con otra persona, y esto es así porque no hay manera de relacionarse con otros de forma que no nos afecte en algún punto.


Es más, en lugar de hablar de “responsabilidad afectiva” Tamara emplea el término de “ética afectiva” y Janet Hardy escribió un libro titulado “Ética promiscua”, ambas defienden que en todas las relaciones incluso en aquellas que no se construyen en base a las coordenadas de la monogamia y de la fidelidad tradicional, cabría la existencia de una ética.


Se trataría de una ética cuyo objeto sería cuidar a la otra persona para evitar, no el sufrimiento en sí mismo, sino todo el dolor innecesario con el que podamos contribuir. Para ello necesitamos primero reconocer y ser conscientes de que todo acto que realizamos en una relación va a tener una consecuencia al otro lado y provoca un impacto emocional.


De alguna manera, se relaciona con el concepto de empatía hacia los demás que Carl Rogers (1961) dijo que actúa cuando percibimos el mundo de otra persona como si fuera el nuestro propio. Sería ese “espejo” mágico que nos revela lo que la otra persona está sintiendo – felicidad, tristeza o confusión. De esa raíz, surgirá la deslumbrante flor de loto de la compasión que es la empatía como respuesta al dolor. Y, dará como fruto tender la mano a los demás para aliviar su sufrimiento.


Muchos de nosotros hemos toreado con mayor o menor fortuna, a veces a un lado de la balanza a veces del otro, momentos delicados y complejos, por ejemplo: la ruptura de una relación.


Cómo aplicar la responsabilidad afectiva


¿Cómo se aplicaría este concepto de responsabilidad afectiva si sabemos que podemos causar un dolor al otro? Es algo que puede resultar tremendamente difícil en especial si la otra persona no está de acuerdo o no llega a comprender nuestros motivos. Ahí se trataría del “cómo lo hagamos”, de procurar desplegar en la despedida cariño, afecto, agradecimiento y respeto por lo compartido y aprendido juntos, empatizando y cuidando a la otra persona “aunque cuidarla signifique que ya no quiero estar más en esa relación”, dice Tamara.


En una situación así, la responsabilidad afectiva estaría en la ética del cuidado que otorgo al otro y en responsabilizarnos de lo que yo hago con el otro. La frontera quedaría establecida en que, si la otra persona se siente mal, yo debería asumir que no puedo impedir las ampollas emocionales que provoca el desgarro de la ruptura porque esa parte corresponde a la gestión del mundo emocional de la otra persona, es decir, él o ella tendrán que transitar por su proceso particular de pérdida.


Es importante reflexionar sobre los valores que promovemos en nuestra sociedad, inmersos como estamos en un contexto social que alienta más bien actitudes egocéntricas y narcisistas, éstas no son muy acordes a esta “ética del cuidado”, y se entremezclan en las denominadas “relaciones líquidas”, un concepto acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman. Como consecuencia de ello cada vez son más y más las personas que sienten una creciente inseguridad emocional a la hora de relacionarse.


En este tipo de relación la naturaleza del vínculo emocional se basa en contactos superficiales que presuponen la presencia de la otra persona más bien como alguien que existe, “está ahí”, para satisfacer nuestras exigencias y necesidades. Se trataría algo así como relacionarte con alguien para “quedarte con lo bueno que te aporta esa persona y alejarte de ella cuando toque la parte negativa”. El llamado “amor business”.


Cómo relacionarse con responsabilidad afectiva


Parece que las nuevas plataformas digitales se hacen eco de esta nueva “moneda social de relacionarnos” cada vez más inquietante y desafectivizada que elude la responsabilidad de que los vínculos con las personas implican cuidados más allá de los títulos que les pongamos.


Actuar con “responsabilidad afectiva” va justo de lo contrario. Los puntos esenciales a tener en cuenta para relacionarse con “ética afectiva”, “ética del cuidado” o “responsabilidad afectiva” serían los siguientes:


1. Establecer acuerdos y límites


Se trataría de establecer acuerdos y límites, aunque se trate de un encuentro de una sólo noche, con el fin de respetar y no herir a la otra persona a propósito.


Comunicar:


Lo que nos gusta.

Lo que no nos gusta.

Las expectativas que tenemos.


Escucharnos a nosotros mismos y saber qué queremos y escuchar realmente lo que la otra persona quiere y no caer en la trampa del autoengaño. Para ello es importante desarrollar notables habilidades emocionales como, por ejemplo:


Saber comunicar asertivamente.

Saber escuchar activamente.


2. Comunicar con empatía


Comunicar con empatía dado que los vínculos con otras personas implican cuidados y lo que hacemos y decimos tiene un impacto en los demás. Así que conviene:


No ilusionar ni dar dobles mensajes a la otra persona con la que no tienes interés en construir algún tipo de relación.

No confundir a la otra persona en tanto en cuanto el vínculo que tenemos.

No desaparecer sin previo aviso.

Explicitar claramente las intenciones que tienes con las personas con las que te vinculas.


3. Comunicar los cambios de opinión


Actuar con “ética afectiva” es también decirle a alguien que estás conociendo que no hay feeling, o que no sientes ninguna conexión o que no te sientes a gusto antes de ghostearlo, de decir que no tienes tiempo o de desaparecer sin un motivo aparente.


4. Tener en cuenta las emociones de otras personas


Hacernos cargo de nuestras emociones sin echar la culpa a otras personas o cargar con nuestras emociones al resto de las personas. Debemos tomarnos el tiempo para acogerlas, interiorizar lo que sentimos y preguntarnos por qué me siento como lo hago.


Tener en cuenta que las emociones de las otras personas pueden no tener nada que ver con mi realidad emocional, son diferentes.


Raquel Tomé López

Enlace: https://www.cuerpomente.com/psicologia/responsabilidad-afectiva-que-es_11100

Imagen: Adobe Express