Publicado: 26 de Noviembre de 2021

Desde que nacen, los niños absorben, al igual que esponjas, todo lo que sucede a su alrededor. Este fantástico mecanismo de adaptación les ayuda a aprender, durante los años de infancia y adolescencia, a desenvolverse en el entorno social en el que les ha tocado vivir.


En este largo proceso de aprendizaje, el modelo social, moral e intelectual, que les ofrecen los padres, cobra especial relevancia. La forma de actuar de los adultos es mucho más importante, para los niños, que lo que los padres le comunican verbalmente.


Si les dicen “no grites”, pero ellos gritan, los niños aprenderán a resolver los conflictos gritando; si les dicen “no bebas”, pero los adultos beben, lo más probable es que los niños beban cuando sean mayores.


En el caso de hoy, veremos cómo el modelo de unos padres estresados afectó, de forma insidiosa, a su hijo, convirtiéndolo a su vez, en un padre estresado que corría el riesgo de seguir transmitiendo este patrón a todas las generaciones venideras.


Por qué el estrés se puede heredar


Martín llegó a mi consulta con altos niveles de estrés. Aunque es cierto que tenía una situación familiar complicada y un trabajo muy demandante, él mismo reconocía que lo que más le afectaba era su forma de afrontar los problemas. Lo vivía todo con un tremendismo exagerado.


Cualquier pequeño inconveniente le aceleraba el corazón y le causaba gran preocupación.


Al charlar sobre su historia personal, me confesó que siempre había sido así. Se recordaba viviendo con gran estrés toda su infancia, sobre todo, la época del colegio y el instituto.


En las reuniones navideñas y en las fiestas de cumpleaños, siempre se hacía la broma sobre la “familia más histérica del país”, ya que sus padres y sus abuelos también se tomaban la vida con un estrés excesivo. Todos lo tenían absolutamente normalizado y ninguno pensaba que se pudiera tomar medidas para cambiar estos patrones.


Sin embargo, al convertirse en padre, Martín observó que su hijo no actuaba igual que el resto de la familia. El pequeño era capaz de jugar tranquilo con sus peluches y de pasar largos ratos observando el baile de sombras que el árbol del jardín proyectaba sobre la pared de su habitación.


Martín se percató de que, si él entraba súbitamente en la habitación, gritando nervioso tras alguna discusión, su hijo perdía la calma y comenzaba a llorar. El pequeño era tranquilo por naturaleza y era él quien le sacaba de sus momentos de relajación y contemplación.


Tras varias situaciones similares, Martín comenzó a cuestionarse que el estrés se transmitiera genéticamente en su familia y decidió buscar ayuda psicológica para trabajarlo.


En terapia, conectó con recuerdos de su infancia en los que se veía tranquilo y sin estrés. En la casa de campo de sus abuelos, podía pasar largos ratos tumbado en el suelo, mirando al cielo, o siguiendo a las hormigas en sus trabajos de recolección.


El estrés comenzó a llegar a su vida a través de sus padres. Cuando ellos se estresaban y corrían porque llegaban tarde al colegio, él también corría. Si ellos desayunaban en menos de 5 minutos, engullendo el café y las tostadas, él también lo hacía. Como ellos reaccionaban de forma alterada y exagerada ante cualquier acontecimiento que se saliera de la rutina, él aprendió que esa era la forma “correcta” de reaccionar y lo fue interiorizando como algo normal.


Este proceso, obviamente, no ocurrió de la noche a la mañana, sino que se fue reforzando durante todos los años de la infancia y adolescencia de Martín.


El estrés también se puede "desaprender"


Desde la doble motivación de querer mejorar él mismo y, también, de evitarle a su hijo el pesado lastre familiar, pudimos trabajar para aprender nuevas formas más sanas de afrontar los acontecimientos de la vida.


Este trabajo siempre es complicado porque hay que reprogramar casi toda una vida en la que la persona se ha pasado años reforzando el estrés y las actitudes tóxicas.


Martín tuvo que aprender, casi desde cero, a no dejarse llevar por el primer impulso negativo, sino a realizar una pequeña pausa para poder analizar la situación con objetividad.


También trabajamos con ejercicios de respiración y relajación para controlar su nivel de estrés. De esta forma, progresivamente, Martín fue soltando tensiones y liberándose del estigma familiar.


No fue un trabajo fácil, pero reconocer los pequeños avances resultaba enormemente gratificante para él. Incluso, en las situaciones más difíciles, recurría a un truco que nunca le fallaba: en una sesión, le enseñé a guardar una doble imagen mental para que le sirviera de amuleto y de recordatorio.


Se trataba de visualizar a los dos niños (a su hijo y a él mismo de pequeño) relajados y contemplativos. Esta imagen tenía tanta fuerza para él que le ayudaba, y aún hoy en día le ayuda, a calmarse en las situaciones más complejas.


Con todo este trabajo, Martín pudo reprogramar todo el mensaje familiar y demostrarse a sí mismo que la vida no era tan estresante y peligrosa como le habían enseñado.


Ramón Soler

Enlace: https://www.cuerpomente.com/blogs/ramon-soler/estres-heredado_8820

Imagen: Adobe SparkPost