Publicado: 15 de Junio de 2020

“Yo no digo nada, pero…” es probable que en más de una ocasión hayas escuchado esta frase o que incluso la hayas dicho. Es, aparentemente, “respetuosa”. Pero automáticamente nos pone a la defensiva porque, en el fondo, sabemos que las palabras que vienen detrás son innecesarias y probablemente causen daño.

La compulsión por compartir nuestras opiniones

Tenemos una opinión para todo. Somos opinionistas consagrados. Y no hay nada de malo en ello. Es importante que nos formemos juicios propios sobre lo que ocurre. Y que lleguemos a nuestras conclusiones.

Sin embargo, el problema comienza cuando experimentamos una auténtica compulsión por compartir nuestros puntos de vista con los demás. Por decir lo que pensamos. Opinar – muchas veces sin conocimiento de causa. Y también por criticar y juzgar.

Esa tendencia puede hacer que nos convirtamos en kamikazes de la verdad y cometamos auténticos sincericidios. Detrás de un sincericidio no se encuentra un sano apego a la verdad, sino una postura egocéntrica en la que no tenemos en cuenta el impacto de nuestras palabras sobre los otros.

El sincericidio suele esconder una incapacidad para ser empáticos. De hecho, una de las frases preferidas de los sincericidas es: “te lo digo porque a mí me gustaría que me lo dijeran”. Esto demuestra que esa persona decide y actúa desde sus coordenadas, sin tener en cuenta lo que desea o necesita el otro.

Yo mejor no digo nada, pero…

Existe una línea muy sutil entre expresar lo que pensamos y caer en el vandalismo intelectual. Entre ayudar a una persona indicándole sus errores y aplastarla aún más bajo el peso de sus errores. Entre ayudarla a encontrar una solución y dejarla atrapada con un problema.

Cuando comenzamos una frase con las palabras “yo mejor no digo nada, pero…” sabemos en el fondo que sería mejor callar lo que estamos a punto de decir. De hecho, es probable que esa persona ya sepa lo que vamos a decir y nuestras palabras simplemente se conviertan en más sal sobre una herida supurante.

En otros casos, esas palabras no sirven para encontrar una solución, sino que tan solo agravan el conflicto, profundizan la brecha y marcan la distancia con el otro, probablemente en un momento en el que esa persona lo que necesita es validación y apoyo, no críticas y juicios.

Reconocer que no deberíamos decir nada es también una forma de pedir disculpas por lo que estamos a punto de decir, porque sabemos que esas palabras no tienen razón de ser, o al menos no en ese momento y lugar.

Por tanto, la próxima vez que estemos a punto de comenzar una frase con las palabras “mejor no digo nada”, quizá sería mejor que no dijésemos nada. O que al menos nos detuviésemos a reflexionar sobre el impacto que puede tener lo que estamos a punto de decir.

Los 3 filtros que debemos usar antes de opinar

1. Las opiniones no son hechos.  Nuestras opiniones pueden estar basadas en hechos, no cabe duda, pero a menudo también están entremezcladas con reacciones viscerales, emociones, expectativas y experiencias. Eso significa que no debemos confundirlas con la “verdad” y, sobre todo, que no debemos creer que somos poseedores de una “verdad absoluta”. Cuando creemos que tenemos la verdad actuamos de manera prepotente. Y esa no es la mejor actitud para construir puentes hacia el otro.

2. La frustración no es evaluación. Muchas de las cosas que nos ocurren pueden generar frustración cuando no se ajustan a nuestras expectativas, sobre todo cuando otras personas no siguen el patrón que teníamos en mente. Sin embargo, no obtener lo que deseamos no es justificación para evaluar algo negativamente o en términos despectivos. El hecho de que nos sintamos molestos no es excusa para descargar esa frustración en los demás porque nuestra opinión no será objetiva.

3. Querer no es necesitar.  ¿Lo que estamos a punto de decir es algo que “queremos” decir o algo que la otra persona necesita escuchar o que nosotros necesitamos decir? La diferencia es abismal. Hay verdades duras o incómodas que, sin embargo, deben ser dichas para que no se conviertan en un elefante en la habitación. Pero hay opiniones que no aportan nada y que incluso pueden causar daño.

Jennifer Delgado Suárez 

Enlace: https://rinconpsicologia.com/yo-mejor-no-digo-nada/

Imagen: Adobe Spark Post