Publicado: 10 de Abril de 2018

¿Cuántas veces nos ocurre que nos encontramos con alguien y “nos suena su cara”? Nuestros cerebros nos indican que hay individuos que reconocemos y otros que nos son desconocidos pero ¿qué mecanismos nos permiten archivar, empaquetar y almacenar no docenas, sino centenares de caras? y más aún ¿cómo somos capaces de rescatar del fondo de nuestros cerebros las claves que nos permiten saber que “¡de verdad, de verdad, me suena un montón esa cara!”….?

Esta es una cuestión de vital importancia porque la especie humana es gregaria y se identifica como miembro de un grupo: Sabemos reconocer al resto de los miembros del mismo porque es un rasgo identitario personal de modo que SOMOS del Betis o del Sevilla o del “Atleti”, pongamos por caso, como una característica que nos define como individuo más allá de la vinculación grupal.

Así que somos del (nos identificamos con) el grupo al que pertenecemos y, por ello, se vuelve vital distinguir quién es “uno  los nuestros” y, lógicamente, en la misma medida, y por contraposición, aquellos que son “antipáticos” (o incluso peligrosos)…

¿Por qué nos gusta House?

¿Pero que pasa cuando nos sentamos delante de la “tele”?… No cabe duda que, en mayor o menor medida, todo el mundo tiene un “culebrón” favorito. Desde “Lost” a “Aida” pasando por “Los Soprano”, “Friends”, “Cuéntame como pasó” “Betty la fea” o cualquiera de los “CSI” todos tienen un público que le es fiel y que sigue las peripecias de los personajes que por estas historias transitan; pero ¿por qué unos personajes sí y no otros?, ¿dónde empezamos a convertirnos en “incansables seguidores” o “encendidos enemigos”?… Cualquier guionista (¡y mucho más los equipos de producción”!) soñaría con conocer los resortes que hacen que unas historias funcionen y otras no.

Pues bien, muchas de las claves del éxito se encuentran en el hecho de que para nuestro cerebro las caras que aparecen en las series son reconocidas (o no) y los datos que nos permiten diferenciar unos rostros de otros son las imágenes que de ellos vemos ¡Y esto es lo que hacemos!: almacenar información visual de cada personaje cada vez que nos sentamos delante de la “tele” a ver una serie.

De hecho son sus caras las que nos permiten incluirlos en “nuestro universo personal” y, por ejemplo, la cara del Dr. House frente a la de Lexie Grey provocan en nosotros reacciones diferentes (por citar dos series “de médicos” de gran éxito con audiencias bien diferenciables). Áreas concretas de nuestros cerebros están trabajando para crear las conexiones necesarias para establecer esa relación de familiaridad.

Diferentes áreas cerebrales

Así, es el hemisferio derecho el responsable de la asociación correcta entre personaje e identificación. Se trata de una ruta subcortical que permite un reconocimiento inconsciente y global de caras familiares (¡Tu cara me suena! ¿eh?… Por ejemplo cuando descubrimos que el Dr. House ¡es el padre de Stuart Litlle!); mientras que, simultáneamente, facilita la distinción de las caras desconocidas.

Además, las áreas frontales tienen un papel importante en la producción o la supervisión de decisiones inadecuadas de identificación (cuando pensamos que hemos reconocido a alguien y: ¡Lo siento pero te equivocas de persona!… ¡ups!). De hecho, lesiones temporales ocasionan desordenes selectivos en el reconocimiento de la gente “familiar” y han sido descritos en numerosos pacientes.

No sólo eso, a veces sí reconocemos al individuo que nos es familiar pero no recodamos quién es (aunque tengamos la sensación de tener su nombre “en la punta de la lengua” ¿verdad?). Este fenómeno de bloqueo es más frecuente cuánto más “adultos” somos y está asociado a la cantidad de información relevante que tengamos sobre el individuo en cuestión, por eso reconocemos más al personaje del que más capítulos hemos visto.

Así, si  examinamos el conocimiento previo sobre una persona veremos que afecta, incluso, a los procesos visuales implicados en el aprendizaje de una nueva cara (los amigos de mis amigos….), de modo que este conocimiento previo sobre una persona puede facilitar el aprendizaje de un nuevo rostro (de ahí lo útil que pueden llegar a ser los “cameos” de gente conocida en series que empiezan para “enganchar” al público potencial pues, al reconocer a unos, la audiencia integrará más fácilmente a los otros).

Los cambios también se procesan

Por último, entre los muchos aspectos que se podrían considerar, queda el hecho de que nuestras caras cambian, se modifican con cada gesto, con el paso del tiempo, o por propia voluntad. Se trata, por tanto de un problema central de la identificación de los rostros que precisan formar representaciones estables de entidades que varían en un cierto plazo, bajo diversas condiciones de visión, y con la alteración de su aspecto.

Mi personaje favorito puede envejecer, (o rejuvenecer: ¡cosas del “botox” y la cirugía!) engordar o adelgazar, cambiar el color del pelo o hasta de los ojos; pero “sus fieles seguidores” le reconocemos: ¿cómo lo hacemos? Pues se trata de un complejo mecanismo de los circuitos de la memoria que implican vías de información visuales separables en los niveles funcionales nerviosos.

Aunque bajo intensa discusión, la evidencia existente sobre el reconocimiento facial de la identidad y de la expresión muestra que una ruta reúne las características faciales modificables (y que son fundamentales para la expresión, como el movimiento de los labios o alrededor de los ojos), implicando las áreas del cerebro occipital inferior y surco temporal superior; mientras que otra ruta codifica las características faciales invariantes (tales como identidad o proporciones básicas del rostro), implicando al cerebro lateral y occipital inferior.

Y aún no hemos dicho nada de lo mucho que los queremos… ¡En la amígdala!

Pero, pero como diría M. Ende “…eso es otra historia para contar en otro lugar”.

Angel Leon 


Enlace: 

http://psicopedia.net/1398/tu-cara-me-suena/amp/