Publicado: 27 de Diciembre de 2021

Decía el escritor y filósofo Michel de Montaigne que "un niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender".


Y aunque encender y mantener viva la llama de este fuego es una tarea a largo plazo, el tiempo de vacaciones es el más propicio para conseguir que la educación que se da a los niños no esté tan basada en la acumulación de conocimientos y reglas de conducta, sino en el amor y placer que despierta su presencia a nuestro lado.


Siento a menudo que estoy tan ocupada en cubrir sus necesidades primarias, en vigilar y corregir a mi hija, que me olvido de lo realmente esencial: pasarlo bien con ella. Y esa sensación es común en muchos padres y madres de hoy.


Sin embargo, compartir espacios de diversión con los hijos es uno de los mejores legados que les podemos ofrecer. ¿Quién sabe si precisamente estas vacaciones acabarán convirtiéndose en los recuerdos más entrañables de su infancia? Sería la mayor satisfacción para padres e hijos.


El valor del juego en familia


Estos espacios de diversión compartida pueden encontrarse en cualquier lugar porque dependen de nuestra predisposición y actitud.


Se puede gozar con ellos en casa jugando a cartas o construyendo una maqueta, en la playa nadando juntos o jugando a fútbol, en un parque temático o durante el viaje más exótico.


No depende tanto de lo que hacemos, sino de cómo lo hacemos y de la calidad de la conexión que establecemos con los hijos.


"El gran objetivo de este tiempo de ocio al lado de los niños debería ser conectar auténticamente con ellos, sobre todo a través de la diversión, y descubrir cómo crecen y cambian en el día a día. ¡Hoy hay tantos padres que no saben cómo son sus hijos en realidad!", asegura la psicóloga infantil Nieves Figueras.


Se puede pasar mucho tiempo con los niños sin estar realmente con ellos. Contactar con los hijos con los cinco sentidos permite conocerlos mejor, experimentar y descubrir cosas juntos.


Las vacaciones son un tiempo para jugar juntos y jugar juntos significa enseñar y transmitir esa capacidad de apasionarse y de ponerse ante la vida en espacios informales donde el juego es el motor de una curiosidad compartida, que es una de las formas de la alegría.


El juego es la expresión de sentimientos donde surge una nueva manera de relacionarse que la puramente establecida por los vínculos familiares.


"El juego permite contemplar al otro con una mirada diferente y rescatar este tiempo de juego en familia refuerza los lazos, nos abre a autodescubrirnos, a descubrir a nuestro hijo, a mejorar la comunicación y de paso también la convivencia», precisa Anna Forés, doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación.


¿A qué podemos jugar con nuestros hijos?


Durante las vacaciones los niños aprenden cómo sus padres afrontan y gestionan el tiempo de ocio. Si sabemos divertirnos, ellos también sabrán.


Sin embargo, la pregunta "¿a qué jugamos?" puede desencadenar un fuerte vértigo, tanto en niños como en adultos.


Después de pasar tanto tiempo sumergidos en el trabajo o en el colegio, programados casi al minuto, saturados de obligaciones, puede resultar difícil llenar estas horas libres de manera creativa.


Por eso es recomendable organizar y pactar previamente las principales actividades que vamos a desarrollar durante las vacaciones en función de los gustos y necesidades de todos los miembros de la familia.


Esta planificación puede ahorrar muchos conflictos y sienta las bases de la convivencia. También aumenta la motivación de todos. Con ello los niños aprenden a gestionar su tiempo y a planificar actividades en función de sus preferencias, pero sin olvidar conveniencias y el consenso común.


Para ponerse de acuerdo sobre las distintas actividades y conseguir que los niños se impliquen en ellas, cada miembro de la familia puede realizar una lista con 5 propuestas según su orden de preferencia. Esta lista se comentará para evaluar cuál es la actividad más votada, cuáles pueden ser compatibles y finalmente elaborar un plan más o menos cerrado.


Naturalmente, todo dependerá de la edad de los niños y tampoco se trata de imponer horarios estrictos ni de elaborar una agenda repleta de actividades.


Pero si todo depende de la improvisación -a la que es bueno dar también un lugar en este plan-, se corre el riesgo de pasar las vacaciones delante de una pantalla, sea de televisión, ordenador o consola.


No debemos cansarnos de proponer actividades. El tiempo de vacaciones es una oportunidad única para que niños y adultos descubran nuevos lugares, conozcan personas distintas y aprendan cosas diferentes.


Y si se muestran reticentes a experimentar -porque los niños son los primeros en resistirse a cambios y novedades- o se necesita vender alguna propuesta, hay que presentarles la cara de esta que puede resultarles más atractiva.


Se les puede proponer escribir un diario, crear un álbum digital con las fotos de sus vacaciones, coleccionar pequeños recuerdos, buscar información sobre el lugar...


"También conviene negociar el tiempo que se dedica a las actividades que más les interesan a ellos y las que más nos apetecen a nosotros", propone la psicóloga Nieves Figueras.


Mediante el pacto y el diálogo se mantiene viva su motivación y se previenen conflictos y malas caras, porque sienten que se les tiene en cuenta y que no forman parte del "equipaje". En la familia tiene que haber autoridad pero no autoritarismo.


Cómo organizar los horarios en vacaciones


Sería bueno que esta organización del tiempo reservara un horario regular para los deberes y para la lectura.


Si esto se establece desde un principio, es más fácil lograr que los niños se sienten a trabajar sin tener que luchar contra la pereza o enzarzarse en negociaciones. Además, evita que las tareas de repaso se acumulen al final de las vacaciones, con el problema que eso puede suponer.


Hay que incluir un tiempo para las tareas del hogar y la intendencia (hacer la cama, recoger la mesa, fregar los platos...), en las que los niños deben participar en mayor o menor grado en función de su edad y circunstancias.


Esta colaboración, aunque sea simbólica, ayudará a que comprendan que todos los miembros de la familia tienen una responsabilidad en este tema y que la familia es un equipo.


Incluso se puede organizar una jornada de cocina para convertir la obligación en un juego formativo que les muestra cómo se cocina y el valor de alimentarse por uno mismo. Pasar una tarde haciendo rosquillas o pizza puede resultar tan agradable para ellos como hacer manualidades.


Los horarios deben dejar espacio para los intereses de cada uno, y también para compartirlos. "La familia es el principal lugar donde demostrar respeto los unos por los otros, y la mayor prueba de respeto es el amor incondicional por cada uno de sus miembros, ajustando las expectativas y permitiendo a cada uno ser como es y no como desearíamos que fuera.


Es bueno admitir las singularidades personales y saber convivir con una amalgama de maneras diferentes de ver las cosas. El respeto es una asignatura que se olvida a menudo como miembro de una familia. Saber respetar y respetarse, así como saberse respetado, es una buena base para vivir y para crecer como persona", señala Anna Forés. Esto significa también que se sientan escuchados y acompañados cuando nos cuentan sus cosas.


Los mejores planes para las vacaciones en familia: apuestas que nunca fallan


Los momentos entrañables se pueden fomentar durante las vacaciones.


Algunos expertos recuerdan la importancia de las comidas con toda la familia (abuelos, tíos, primos... ). Estos encuentros sirven para compensar la soledad a la que aboca la sociedad actual tanto a padres como a hijos.


Permiten aprovechar estas situaciones donde reina la alegría, la sociabilidad y la sensación de pertenecer, para compartir, educar y transmitir valores de manera relajada y distendida.


Rodearse de bonitos paisajes también ayuda. La naturaleza tiene efectos euforizantes, permite a grandes y pequeños relajarse, olvidar el trajín de la ciudad y disponer de espacios abiertos y llenos de vida para moverse y jugar a sus anchas.


Casas rurales con talleres de manualidades para niños y adultos, parques temáticos para compartir emociones fuertes, un paseo en barco por un río, nadar...


El camping es otra buena opción para permanecer más tiempo en contacto con la tierra, aunque se duerma en un remolque, así como para conocer lugares nuevos y personas de países distintos. En ellos padres e hijos tienen oportunidad para relacionarse y organizar actividades con otras familias.


Practicar algún deporte junto a los niños (ir en bicicleta, esquiar, patinar, hacer un "21" de baloncesto, un partido de voley...) despierta fácilmente las risas, combate el sedentarismo y permite a los niños interiorizar normas y aprender a trabajar en equipo.


El agua es otro elemento mágico que rara vez falla con los niños. Playas y ríos limpios resultan inigualables en ese sentido. Pero también es factible escoger hoteles con piscina, un espacio lúdico especialmente perfecto al final de una jornada de viaje (aunque sea cubierta si es invierno). Jugar con ellos en el agua es una gran opción cuando les sentimos lejos... y también acudir a un parque acuático.


Hoy en día las posibilidades y ofertas son tantas que uno se pierde y finalmente conviene decidir recordando aquello de que la duda únicamente se resuelve asumiendo el riesgo de apostar por una opción.


Receta para unas vacaciones inolvidables en familia


En cualquier caso lo fundamental será siempre la actitud.


La receta para unas buenas vacaciones al lado de los niños pasa por dominar el arte de combinar equilibradamente actividad y descanso, intimidad y relaciones sociales, espacios para compartir y espacios para la soledad.


Porque no se trata de luchar contra el aburrimiento y el tedio: con ellos se descubre una nueva forma de disfrutar y se desarrollan espontáneamente aquellas actividades por las que uno siente predilección de forma natural, como pintar, escribir, cocinar,


El tiempo de ocio en familia también es una oportunidad para descubrir las habilidades de los hijos que son las que determinan su personalidad y darán pistas para comprender su conducta.


Lo ideal sería que al terminar las vacaciones todos los miembros de la familia pudieran sentirse orgullosos de pertenecer al mismo equipo.


Un buen cierre para celebrar este sentimiento sería recoger juntos en un mural todo aquello que hemos compartido durante las vacaciones (actividades, risas, distancias, anécdotas...) y comentar aquello que ha estado bien, aquello que ha faltado y aquello que habría que modificar de cara al año que viene.


Y ante momentos bajos puede ayudar tener presente una encuesta realizada a mil personas de ochenta años a las que se preguntaba qué era lo que más lamentaban no haber hecho a lo largo de su vida. "Pasar más tiempo con las personas a las que he amado", fue la respuesta más frecuente.


Durante las vacaciones se facilitan los momentos para hablar de aquello que padres e hijos no suelen comentar. Todas las edades tienen algo bueno, incluso la adolescencia, que gracias a su radicalismo permite defender ideales y recordarnos cómo fuimos.


Compartir con ellos este espacio de tiempo libre contribuye a crear lazos familiares estables y posibilita nuevas formas de comunicación.


¿Y ante los conflictos familiares en vacaciones? Mucha tranquilidad


Los niños necesitan sentirse seguros. Por eso la primera consigna ante cualquier contratiempo es rebajar la tensión al máximo.


El sentido del humor es un gran aliado para poner un poco más distancia y quitar hierro a la situación. Si la actividad es más aburrida de lo que se esperaba, conviene celebrar ante ellos cada punto positivo y mantener una actitud participativa, sin prejuicios previos.


La fatiga y el hambre afectan mucho al humor de los niños y conviene atender estas necesidades lo antes posible para evitar males mayores. Por tanto, conviene ser ágiles para cambiar los planes con soltura y buscar una solución creativa.


Ante cualquier contratiempo o problema con ellos, hace falta centrarse en el presente: es inútil preguntarse qué se tendría que haber hecho. La pregunta es: "¿Qué hago ahora?".


Conviene llevar agua, alimentos para picar, juegos, cuentos, juguetes y quizá una consola para afrontar los tiempos de espera y los desplazamientos en avión, tren, etc.


Muchos percances vividos en vacaciones acaban convirtiéndose en una gran anécdota y quién sabe si precisamente gracias a ellos podremos vivir experiencias positivas.


Ninguna relación auténtica está libre de conflictos.


Para no bloquearse ayudará tener en cuenta que los problemas con los hijos son una oportunidad para aprender de nosotros mismos y de ellos. Los contratiempos son, pues, una ocasión para ejercitar la capacidad de respuesta.


Si se discute con los niños, es mejor hablar del tema con ellos lo antes posible y no dejar que los conflictos puntuales se alarguen en silencio. Si es necesario, hay que imponer un castigo, pero después olvidar y no recriminar durante el resto de las vacaciones la mala conducta.


Silvia Díez

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