Publicado: 2 de Junio de 2020

No hace falta ser padres para saber que los niños tienen la asombrosa capacidad de salir de un enfado en pocos instantes, habilidad que con la edad parece que algunos adultos vamos perdiendo.

Seguramente son muchas las ocasiones en las que hemos permanecido anclados en el enojo mucho más tiempo del deseado, sintiéndonos mal y reproduciendo una y otra vez mentalmente la situación que provocó el desaire.

Es como si el eco de la furia fuese una pena que debemos arrastrar, una experiencia que hemos de mostrar al mundo o, aún peor, una condena que llevamos en secreto mientras por fuera intentamos poner nuestra mejor cara.

En algún lugar o en algún tiempo aprendimos a retener el enfado, incluso a alimentarlo, como las ascuas que al recibir un buen soplo de aire renacen para arder aún con mayor viveza.

Puedes mejorar tu relación con la emoción del enfado

La relación que las personas tenemos con el enfado suele tener su origen en la manera en que gestionamos esa emoción en el pasado, en nuestra infancia, y en cómo cada familia enmarca ese tipo de emociones, cómo las tolera y las encauza.

Lo que hagamos con esas emociones que nos visitan de vez en cuando determinará nuestra capacidad para compartirnuestra vida y nuestros sentimientos con los demás.

Vale la pena mejorar nuestra relación con el enfado. Descubrir sus peculiaridades nos hará sentir mejor, pues por cada minuto que permanecemos disgustados perdemos sesenta segundos de felicidad.

¿Qué hacer con la energía del enfado?

Enfadarse es algo muy humano, una alteración del ánimo que sobreviene cuando falla algo que esperábamos, o cuando las cosas no son como pensamos que deberían ser.

El enfado se expresa de muy diferentes maneras: ya sea en forma de rabia, hostilidad o como silencio amenazante. La clave del enfado es que nos paraliza,nos deja sin opciones para actuar creativamente y nos sume en la frustración.

Si prestamos atención a nuestro enfado, veremos que la cólera es como un invasor, una especie de alienígena que logra que vayamos dejando la situación a su merced.

Cuando una persona está enojada, un torrente de energía se apodera abruptamente de ella, adoptando una forma aparentemente poco humana y, sin embargo, radiante.

Puedes cabalgar tu enfado y transformalo

Es el tipo de naturaleza que presenciamos en una rabieta o en la carcajada de un niño y, en su mejor versión, se podrían percibir también sus destellos en las celebraciones espontáneas o en la sexualidad intensa. Este tipo de energía puede ser destructora y, sin embargo, también preciosa a condición de que sepamos vibrar con ella.

Hacer que el enfado se transforme en riqueza dependerá de que consigamos dotarlo de presencia humana, o dicho de otra manera, de nuestra capacidad paraaportarle comprensión y dirección, igual que el jinete experimentado logra que su montura galope en la dirección que él desea.

¿Para qué nos enfadamos?

Hagamos un ejercicio. Pensemos en cuándo fue la última vez que nos enfadamos. Es probable que no tardemos en hallar alguna experiencia fresca en nuestra memoria. Ahora respondamos a la siguiente pregunta: ¿qué pretendíamos conseguir con nuestro enfado?

Muchos pensarán que nada: se enfadaron y punto. Pero en realidad todos los comportamientos tienen una intención positiva, en el sentido de que persiguen algo que necesitamos. Lo creamos o no, buscábamos alguna cosa con ese enfado.

Muchos de nosotros nos enfadamos para conseguir que alguien nos haga caso y, sin embargo, ¡qué pocas veces nuestro enojo da resultado! Lo verdaderamente curioso es que, cuando vemos que con nuestro enfado no conseguimos esa atención, solo se nos ocurre algo que probablemente no va a funcionar: enfadarnos todavía más.

Los tres tesoros del niño

Stephen Gilligan, psicoterapeuta y autor del libro La valentía de amar, insiste en la idea de que a través de nuestros comportamientos buscamos tres tesoros básicos: ser queridos, ser aceptados y ser reconocidos. Esos son los tres regalos que todo bebé debería recibir al nacer; el oro, el incienso y la mirra que necesitamos en nuestra infancia.

Cuestionarse para qué nos enfadamos quizás aportaría mayor comprensiónsobre lo que nos está pasando. ¿Queríamos que el otro nos diera la razón? Ese es un tipo de reconocimiento. Si lo que pretendíamos era que nos abrazaran o nos mimaran, es probable que levantar la voz y tensar el cuerpo con el rostro desencajado no sea la mejor manera de conseguirlo.

Si me enfadé para desahogarme, para sentirme bien, se trata de una manera de gestionar el estrés, y cuando un niño se estresa suele aliviarse con el abrazo de sus padres.

Robert Louis Stevenson –autor de novelas tan famosas como La isla del tesoro– pone en boca del Dr. Jeckyll la siguiente frase: "Abrázame cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito". Tal vez, nuestras explosiones de mal genio busquen ese abrazo primalque no siempre tuvimos y que tantas veces necesitamos.

Mantener el enojo

El psicoanalista francés Jacques Lacan solía decir que toda emoción que dura más de cinco minutos es teatro. Lacan nos prevenía así del malestar que nos generamos a nosotros mismos y a los demás cuando en lugar de vivir la emoción, dejándola que siga su propio ciclo, empezamos a hacer cosas para gestionarla.

Para asimilar una emoción como la ira o el enfado a veces se usan estrategias que, lejos de ayudar, contribuyen a perpetuar un estado negativo. Pero la ira, por su propia naturaleza, no es un fenómeno duradero.

Por desgracia, la creatividad humana es tan grande que existen innumerables maneras de mantener y empeorar un buen enfado. Veamos las más recurrentes:

  • Hacerse falsas ilusiones acerca de las personas. Es decir, enamorarse de alguien a primera vista y esperar que cumpla todos nuestros deseos.
  • Olvidarse de lo que ocurre en realidady prestar atención solo a las "películas" que surgen en nuestra mente. Imaginar todo lo malo que pueda ocurrir, o cómo las personas pueden descarriarse si no nos hacen caso.
  • Pretender no estar disgustado. O intentar disimularlo a través de una paciencia artificiosa, lo que probablemente sea el mejor camino para enfurecerse.
  • Aspirar a ser tan bueno como para no poder disgustarse nunca. O su variante más común: querer ser tan correcto como para no abordar nunca las situaciones de conflicto, con lo que estas no se resuelven y el consiguiente berrinche está casi garantizado.

Existen tantas maneras de perpetuar el enfado como personas hay en el mundo, de modo que no deberíamos sorprendernos demasiado cuando vemos a alguien montar en cólera. Todos podemos caer en el círculo del mal genio. Por ello, entender las causas del mal humor, tanto en uno mismo como en el otro, es vivir mejor la vida.

Un río de vida fluye en ti

Si el enfado nos amarga, su antídoto natural es potenciar la sensibilidad humana. Sucede así, por ejemplo, cuando somos capaces de conectar con nuestra propia vulnerabilidad o la de otra persona y sin embargo no necesitamos escapar de eso, simplemente experimentamos la plenitud de la ternura, en palabras del lama Chögyam Trungpa. La conciencia de ese punto tierno es crucial para sanar algunas emociones negativas.

Cuando estamos enojados, quedamos atrapados en formas de pensar y actuar muy dolorosas, y desde este lugar resulta muy difícil resolver el malhumor. No obstante, este dolor que sentimos en nuestro enfado puede conducir a un despertar.

Los budistas dicen que la vida atraviesa este punto delicado y nos ayuda a contactar con la propia bondad y la del mundo, mientras que intentar ignorar esa llamada genera sufrimiento. La vida no fluye entonces a través de nosotros y nos contraemos, tanto psicológica como muscularmente.

Aceptar las emociones

El reto consiste, pues, en dar la bienvenida a las emociones que nos bloquean para que tengan la oportunidad de ser escuchadas y podamos recibir los mensajes que la vida nos manda. Aprender a centrarse, respirar y aflojar el cuerpo suele resultar de gran ayuda, aunque no sea agradable lo que esté sucediendo.

De hecho, el arrebato no hace daño si nos permitimos sentirlo. De ese modo la marea desciende en poco tiempo. Solo cuando le ponemos diques es cuando ese río se estanca y puede desbordarse.

Cuando sentimos que empezamos a enojarnos una opción es aceptar nuestro enfado y quedarnos a observar mientras esa energía crece dentro de nosotros. Como si abrazásemos con amor a un bebé estresado sabiendo que eso le reconforta y que todo pasará. Dar amor a esa parte de nosotros que está herida es un recurso curativo. Una experiencia que, con el devenir del tiempo, sana el mal genio.

El mal carácter se puede curar

Aunque el enojo se proyecte en los demás, suele obedecer a un descontento interior que conviene detectar y sanear. Ser iracundo o tener mal genio no es una condición hereditaria. Más bien se trata de aprendizajes o patrones de conducta que se obtienen del entorno, o de una falta de recursos para gestionar adecuadamente los incendios emocionales. A continuación se ofrecen algunas pautas para lidiar con el enfado.

  • Respetar la diversidad. ¿Crees realmente que los otros tienen que ser como tú? Quizá ofreces o pides demasiado y las personas no responden como querrías. Decidir con quién vale la pena esforzarse y hasta dónde es un aprendizaje que ahorra decepciones y enfados.
  • No esperar demasiado de las personas.Ten expectativas realistas sobre la gente y de ese modo evitarás sulfurarte a menudo.
  • Más humor que paciencia. El humor es un recurso tan eficaz o incluso mejor que la paciencia. Cuando alguien pretende ser demasiado paciente le es fácil encorajinarse. En ciertas situaciones, no tomarse muy en serio a uno mismo nos mantiene a salvo del mal genio.
  • Percibir los indicios. Aprende­ a detectar cuándo empiezas a enfadarte. El psiquiatra Allan Santos, autor de El libro grande de la PNL, suele decir: "Hay que acabar con el dragón cuando es pequeño". Muchos enfados nacen días atrás, cuando olvidamos señalar algo que nos disgustaba en aquel momento.
  • Aceptarse de verdad. No hay por qué ser siempre la alegría de la fiesta. Ser un poco malhumorado no es grave si se es consciente de ello. Lo insoportable para los demás es cuando una persona, además de hacer gala de mal humor, no se acepta a sí misma. Entonces entra en un círculo vicioso y puede convertirse en un cántaro de bilis.

Una hora de felicidad cada día

Olvidar el propio deseo­ es una de las causas más habituales del enfado. Por eso es tan importante recuperar nuestros gozos olvidados, esas cosas que nos conectan con la satisfacción. Cuando una persona se olvida de sí misma y vive la vida de los demás puede acumular un malestar que con el tiempo genere ira.

Nuestros sofocos en demasiadas ocasiones son resultado de postergar cosas que queremos. Volver a practicar un deporte o actividad que nos gustaba, aprender un idioma, bailar o expresarse artísticamente pueden ser maneras de conectarse de nuevo con uno mismo.

Cada persona ha de hallar el recurso óptimo para ella. El objetivo es tener al menos una hora de felicidad al día. ¿Somos capaces de afrontar ese reto?

Bet Font y Víctor Amat

Enlace: https://www.cuerpomente.com/salud-natural/enfado_6269

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