Publicado: 26 de Febrero de 2020

Todos aspiramos al amor, pero nos preocupamos más por ser amados que por desarrollar nuestra capacidad de amar. Como resultado, no es raro que el amor desemboque en una secuencia de enamoramientos y desenamoramientosque conducen a relaciones líquidas que terminan tan pronto como comienzan. 

Nos sumergimos en el amor buscando a nuestra “alma gemela”, en un intento por completar lo que nos falta y acallar la profunda soledad y el sentimiento de separatividad, por lo que terminamos instrumentalizando tanto ese amor como a la persona amada, distanciándonos cada vez más del amor maduro, desarrollador y liberador. ¿La alternativa? Comprender el amor como Martin Buber, el filósofo del diálogo, partiendo de su concepción del “Yo y Tú”.

El hombre habita en su amor

Cuando establecemos una relación con alguien, podemos entregarnos a esa persona de la misma manera en que esa persona se entrega a nosotros. Eso significa que somos objeto y sujeto de la relación al mismo tiempo. Entonces podemos cometer el error de identificar nuestros sentimientos con el amor, imprimiéndole a este un carácter posesivo que nos lleva a hacer un uso egoísta de nuestra alma gemela. Creemos que como nuestros sentimientos por nuestra pareja nos pertenecen, esta también nos pertenece. Y ese es el principio del fin.

Buber nos alerta de ese equívoco diferenciando los sentimientos que experimentamos del acto de amar. “A los sentimientos se les ‘tiene’, pero el amor ocurre. Los sentimientos habitan en el hombre, pero el hombre habita en su amor. No es una metáfora, sino la realidad: El amor no se adhiere al Yo haciendo del Tú un ‘contenido’, un objeto, sino que está entre Tú y Yo. Quien no sepa esto, quien no lo sepa con todo su ser, no conoce el amor, aunque atribuya al amor los sentimientos que experimenta, siente, goza o expresa”. 

El amor es, por tanto, una acción entre Tú y Yo, reside en cada uno pero a pesar de ello, solo se manifiesta entre los dos. Al convertir el amor en un acto productivo entre dos personas, nos damos cuenta de que no podemos “poseerlo”, tan solo podemos dar y recibir, en un flujo constante que crea el espacio intersubjetivo en el que terminamos habitando.

El amor como combinación única de libertad y responsabilidad recíprocas

“El amor es responsabilidad de un Yo por un Tú: En esto reside la igualdad entre aquellos que se aman, igualdad que no podría residir en un sentimiento, cualquiera que fuese, igualdad que va del más pequeño al más grande”, escribió Buber.

Este filósofo estaba convencido de que el amor maduro solo se alcanza a través de una combinación única de libertad y responsabilidad. No es una mera chispa fruto de la casualidad sino una elección consciente.

El amor sería un poner en común, construir un espacio compartido en el que dos personas asumen un compromiso y una responsabilidad por la otra, pero siguen siendo libres. Eso significa que son libres para reafirmar o romper ese acuerdo tácito cada día. Y es ese delicado equilibrio entre libertad y compromiso lo que le confiere al amor su magia, saber que la otra persona puede marcharse y, sin embargo, nos elige cada día, así como nosotros la elegimos cada día.

El poder transformador del amor que se muestra vulnerable

Para que el amor se convierta en una experiencia nutritiva y desarrolladora, es necesario que ambas personas se entreguen completamente, sin reservas, viendo al otro como un igual. “Únicamente cuando el individuo reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo, como hombre, y marche desde este reconocimiento al encuentro del otro habrá quebrantado su soledad en un encuentro riguroso y transformador. Es claro que un acontecimiento semejante no puede producirse más que como un sacudimiento de la persona como persona”, dice Buber.

Ese tipo de relación tan especial entre Yo y Tú exige vulnerabilidad, que se produzca un agrietamiento del duro caparazón que protege al Yo egoísta para dejar entrar al otro en ese espacio íntimo. Ese amor demanda que cada persona se deshaga de su ego y se muestre tal cual es, asumiendo, por muy aterrador que resulte, que el otro puede causarle un dolor terrible, pero aún así decide apostar por esa relación.

Ese tipo de amor es el que rompe barreras y nos permite crecer. Como apuntara Buber: “Para quien habita en el amor y contempla en el amor, los hombres se liberan de todo lo que les enlaza a la confusión universal; buenos y malvados, sabios y necios, bellos y feos, todos, uno tras otro, se tornan reales a sus ojos, se convierten en otros tantos Tú, esto es, en seres liberados, definidos, únicos; los ve a cada uno cara a cara. De manera maravillosa surge de vez en cuando una presencia exclusiva. Entonces puedo ayudar, curar, educar, elevar, liberar”.

Jennifer Delgado Suárez 

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